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Publicado por
JESÚS Á. COUREL
León

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Junto a un monumental castaño, quizá uno de los más grandes de la provincia, hay una capilla dedicada al Ángel de la Guarda que, el domingo pasado, celebró su tradicional fiesta y romería. Está en Parajís, aldea del ayuntamiento de Balboa, en la que apenas quedan dos casas habitadas. No es muy frecuente encontrar en pie una ermita dedicada a los ángeles custodios, esos espíritus puros cuya existencia se dedica, según el Antiguo Testamento, a adorar a Dios, a cumplir sus órdenes y a llevar mensajes a los seres humanos, en estos tiempos de tarifa profana. La figura del ángel, con las alas extendidas y un niño recogido en su regazo, se encuentra en un modesto altar, cuyas viejas maderas denuncian (como tantas cosas en el pueblo), el abatimiento de la vida rural. A este ángel ya le quedan pocas cosas que hacer en Parajís, no sólo porque no hay en quien ejecutar la Voluntad divina, sino porque hace unos días hasta le robaron el menguado cepillo que comparte, aunque parezca una contradicción, con su antagonista el demonio, «o demín» como le llaman allí.

El alcalde de Balboa, José Manuel Monteserín, recuerda asistir desde niño a la romería de Parajís, cuando la pradera que está por debajo de la capilla, se llenaba de gente para disfrutar de un día en familia y con una comida campestre. Dicen los que saben de iconografía religiosa que ya en el año 800 se celebraba en Inglaterra una fiesta dedicada a los Ángeles de la Guarda, siendo el Papa Paulo V quien, en 1608, la extendió a toda la cristiandad para celebrar fiesta en su honor cada 2 de octubre, aunque ahora confiemos más en el diablo que en ángeles. Y menos en Ángelas.

No creo que los ladrones invirtieran la limosna del cepillo del diablo en bonos del Estado a diez años o que la metieran en la cuenta del mundial de ciclismo de Ponferrada pues, en pura lógica, la emplearían en vicios como mandan las infernales tesis de Lucifer. Dice Monteserín, que por esas tierras al Ángel de la Guarda se le quiere bien y a «o demín» no se le debe querer mal, porque los dos forman parte de la historia del pueblo y están dentro de la gente, en la disyuntiva entre el bien y el mal que es la esencia de la condición humana.

Al demonio le arregló las piernas el escultor Domingo de Cantejeira. Las tenía carcomidas de tanto cocear al mundo con engaños y maldades, como hacen nacionalismos y fanatismos religiosos. Dicen que Domingo, el tiempo que lo tuvo en casa para su restauración, lo guardaba por las noches debajo de la cama. El «demín» de Parajís es feo, como los tiempos que vivimos, en los que no está a salvo ni el cepillo del diablo… Había que hacer algo.

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