TRIBUNA
Retirados pensantes a la deriva
La vejez es la última fase del ciclo vital. Parece que los dioses haciendo una trilla entre los hombres, eliminase a los peores y los mejores, sólo dejando envejecer a los raros mortales que han vivido sin odio y sin excesos, para que conduzcan a la generación siguiente. La duración de esta fase, su impacto en las relaciones entre papeles o roles y, el significado que se le atribuye, varían según las sociedades y los subgrupos que integran cada sociedad. La diferenciación requiere una compleja combinación de factores demográficos, económicos, sociales y culturales.
En la mayor parte de las sociedades con una baja proporción de ancianos, éstos son venerados, mientras que los continuos aumentos de la población anciana impone una carga creciente sobre los grupos más jóvenes, lo cual engendra una imagen negativa de la vejez, aunque la proporción creciente de la población anciana acrecienta su importancia política y sigan recibiendo, la mayoría, una pensión considerablemente inferior a la adecuada.
Las limitaciones en los derechos de propiedad, la separación entre la propiedad y el control de la nueva generación, muchas veces puede minar la autoridad y la autoestima de los viejos. Psicológicamente, con la vejez declina la memoria de los hechos recientes, pero no necesariamente la de los conocimientos o experiencias adquiridos en la juventud. Parece que el juicio y la razón siguen incólumes y la imaginación intacta. Existe una íntima relación entre los cambios físicos, mentales y sociales que, considerados en conjunto, obligan al anciano a revisar su actitud hacia su papel en el mundo. En determinadas ocasiones puede llegar a contemplarse como un sujeto de ideas anticuadas. Generalmente se ve obligado a reducir sus actividades anteriores o a buscar nuevos alicientes. La mayor parte se adapta con un mínimo de infelicidad personal a las condiciones de la edad de retirados. Un cambio social no menos importante es el que supone la ociosidad absoluta y total al que se ve constreñido sin poder remediarlo.
La tendencia a la quietud y desgana por las ocupaciones activas; afición a la charla, sobre todo sobre el pasado; ultraconservadurismo, intransigencia e incapacidad para acomodarse a las circunstancias cambiantes, la falta de experiencias interesantes, el sentimiento de no ser ya querido o necesitado y el ocio prolongado y vacío, hay ancianos que aún viviendo con sus hijos u otros familiares y hallándose físicamente bien atendidos no logran adaptarse, por el hecho de tener que vivir en un plan de subordinación y, se encuentran desplazados.
Los psicólogos reclaman lugares para que los ancianos puedan encontrarse con sus vecinos, amigos, compañeros y explayarse en sus charlas. Actualmente, ese vacío, en la mayoría de los casos, lo cumplen los Centros de Día para Personas Mayores. Pero... ¿sabían ustedes que algunos los cierran, sábados, domingos y festivos? Los Centros de Día no pueden tener el mismo horario de apertura y cierre que las dependencias de los organismos oficiales, estamos hablando de personas respetabilísimas a las que solamente por humanidad se les debería tratar con la mayor consideración, respeto y haciéndoles la vida lo más agradable posible. Víctor Hugo, decía: «Es triste pensar que la naturaleza habla y que el género humano no escucha».
Es una realidad que muchos centros para Personas Mayores están organizados para retirados y no por ellos. Todos sabemos que el totalitarismo es la antítesis de la democracia, pero algunas veces, nos encontramos con dirigentes que tienen acceso al BOJA y nos quieren aleccionar diciéndonos lo que tenemos que hacer y decir, tomándonos como súbditos y no como ciudadanos. Las leyes son necesarias pero también lo es la ética y, quizá, mucho más que las leyes. Las leyes van a remolque de la realidad y nunca pueden cubrirlo todo. La ética es más amplia.
Es evidente que las personas ancianas se hacen cada vez más dependientes de su ambiente inmediato que vive diariamente. Una concepción de la vida que se base exclusivamente en la juventud o en la edad adulta sitúa a los que envejecen en seria desventaja. Sería primordial que nuestros dirigentes presten toda la atención a los servicios sociales para los retirados para que no lleguen a producirse situaciones preocupantes, intolerables y vergonzosas y, no hace falta citar siempre «tercera edad», «personas mayores»... retirado, viejo, anciano, cualquiera de estos tres adjetivos pronunciados con respeto y afecto, nos sitúan en la auténtica realidad que entre todos debemos de mejorar; comprometidos con auténtica solidaridad. Parece que la democracia moderna se basa en medios masivos que pueden entorpecer los sentidos y reducen a los hombres a autómatas y, por otro lado, si partimos de una libertad ilimitada llegaremos al despotismo sin límites. «¡Dios mío, qué viejo soy...! / ¡Qué viejo soy ya...! / ¡Qué viejo...! / Le tengo miedo al espejo / que me grita cómo estoy... / (…) ¡Malditos sean los espejos / que le dicen la verdad / a los que, por nuestra edad, / nos vamos poniendo viejos...!» (Fragmentos de una lira del poeta sevillano Ramón Charlo).