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Publicado por
José Luis Gavilanes Laso. Escritor
León

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La evidencia de haber almas generosas como excepción, confirma la regla según la cual el dinero no tiene hermanos ni amigos, sino intereses. El dinero no ha dejado de mandar, ordenar y exigir desde que Quevedo lo considerase como «poderoso caballero». Su influencia es tal, que los países acreedores imponen a los países deudores modificar sus Constituciones, introduciendo una cláusula para satisfacer los intereses del dinero prestado por encima de atender las necesidades más perentorias de sus propios ciudadanos. Y mientras que a los alemanes les sale gratis financiarse, países como Grecia, Irlanda, Italia, España y Portugal han de hacerlo con un diferencial respecto al bono teutón a cuatro, cinco e incluso seis puntos de interés por encima de él. Y eso que todos estos países son «fraternales» socios y devotos de un mismo patrón monetario.

La «generosidad» del dinero germano a España viene de lejos. Jacob II, el Rico, el más joven de los Fugger, familia de famosos banqueros alemanes en apogeo durante el siglo XVI, prestó a Carlos I de España y V de Alemania 543.000 florines, que le permitieron comprar los votos de los electores para erigirse emperador. Y los sucesores de Jacob se beneficiaron del emperador, ya que obtuvieron en 1525 el arrendamiento de los maestrazgos de las órdenes militares de España, que incluían las minas de mercurio de Almadén, vitales para la obtención de plata por el procedimiento de la amalgama.

Pero hay otro hecho más reciente de la «generosidad» del dinero teutón. Para compensar a los aproximadamente veinte millones de muertos y los también aproximados tres millones de víctimas que lograron sobrevivir tras la locura nacionalsocialista, el Gobierno de la República Federal Alemana destinó una suma de noventa billones de dólares mediante una ley de indemnización (BEG) a favor de los supervivientes y familias de fallecidos en los campos de exterminio nazis. A simple vista, y en términos absolutos, esta cifra parece impresionante. «Debes más que Alemania», se decía cuando yo era niño para magnificar una deuda. Pero es relativamente minúscula comparada con la rápida prosperidad económica que alcanzó la RFA, tras beneficiarse del Plan Marshall de EE.UU, a los pocos años de haber terminado la guerra, glorificada como el «milagro alemán». La RFA dispuso gratuitamente el 85% de la ayuda acordada, y el 15% restante a préstamos a largo plazo. Si calculamos los intereses acumulados en los años transcurridos desde el final de la guerra hasta el comienzo de las indemnizaciones, a finales de los cincuenta, puede afirmarse que los alemanes occidentales, que pretendieron ser generosos, no hicieron más que pagar el equivalente del coste de los vestidos, el contenido de las maletas o el anillo de bodas confiscados a los presos. No pagaron nada por el trabajo realizado en los campos o por los dientes de oro extraídos a las bocas y almacenados en los bancos suizos. La RFA se convirtió pronto en la nación más próspera de Europa, por propio esfuerzo, por intereses estadounidenses frente a los soviéticos y porque obligaron a trabajar a millares de presos como esclavos para la Krupp, I.G.Farben, Bayer, Mannesman o Messerschmidt. Como dice Nerín E. Gun: ¡Dios mío, qué fácil es apagar la conciencia! Curiosamente, la comunista RDA no soltó ni un solo marco, por una sencilla razón: los criminales nazis provenían del oeste de Alemania y ninguno del inmaculado este. Por lo que respecta a los españoles (más de 8.000 deportados en distintos campos), las autoridades alemanas les denegaron la indemnización, con el pretexto de que, si bien fueron perseguidos los que lucharon a favor de la República, no había sido «por hostiles al nacionalsocialismo», sin explicar con exactitud sobre qué otra base se les confinó, golpeó, torturó y asesinó en Mauthausen, Gusen o Dachau. En apelación ante el Tribunal Supremo de Colonia, el abogado francés François Herzfelder y la Federación Española de Deportados e Internados Políticos (FEDIP) (organismo creado en París para arrancar del Gobierno alemán el compromiso de la BEG) consiguieron en 1954 que los supervivientes y familiares de los españoles fallecidos recibieran una compensación de la RFA. Estas pensiones e indemnizaciones a los españoles comenzaron a cobrarse a partir de 1960. Seis familiares leoneses, que yo sepa, se beneficiaron de ello.

En un reciente video (http://youtu.be/eY9p-ck2Gp0), que ha tenido en España más de 300.000 visitas, el controvertido doctor alemán Matthias Rath hace saltar la alarma del inmenso poder acumulado por la industria química y farmacéutica, que manda y exige, unida a la petrolífera, bancaria y militar. Se repite hoy la misma influencia que llevó a la Alemania del Kaiser y la posterior de Hitler a dos guerras en el pasado siglo, con el consiguiente sufrimiento y muerte de millones de seres humanos. Denuncia la patraña de la Srª Merkel que, si el euro se desmorona, Europa se desmorona. Todo lo contrario. Esta divisa sólo cumple una función: encadenar a millones de europeos como esclavos al cártel químico y farmacéutico que negocia con la enfermedad y cierra la puerta a tratamientos con base en una medicina natural. Considera a Merkel y a Bruselas, bajo disfraz democrático, los verdaderos comisarios de este cártel, que dictatorialmente impone la bancarrota a naciones como Irlanda, Portugal, Grecia, Italia y España. Por lo que el Dr. Rath recomienda encarecidamente a estos países salir de la trampa del euro cuanto antes y regresar a sus respectivas divisas.

Antaño, cuando la economía iba mal, se devaluaba la peseta. Con la eurodependencia, se devalúa nuestro prestigio, nuestra soberanía y nuestra democracia. El parlamento ya es operativo porque todo se hace por decreto. Y lo que se hace por decreto viene impuesto a muchos kilómetros de distancia de nuestro país. Vendrán a dominarnos señores armados de computadores y portafolios, como antaño con lanzas y espadas vándalos, alanos, suevos y visigodos. Disminuidos en generar dinero propio al desterrar a patentes y cerebros que tanto dinero costó formar, pasaremos con el tiempo, a ser un país de servicios. ¿No dijo Unamuno, «que inventen ellos»?