LA 5.ª ESQUINA
Directamente al grano
Cuando el último campesino español subió al tren para irse a trabajar a la construcción en Barcelona, aquel conocimiento suyo de la cultura agraria —evolucionado desde el Neolítico, hace más de diez mil años—, se perdió bajo el monótono traqueteo de la revolución industrial. A lo largo del tiempo se había alcanzado un modelo de producción alimentaria, con criterios ecológicos, que permitió el desarrollo de una agricultura y ganadería adaptadas a las peculiaridades ambientales de cada territorio, donde existían policultivos, rotaciones, cultivos intercalados, etc. El éxodo masivo de la población campesina a las ciudades provocó, por un lado, la desaparición del laboreo tradicional y, por otro, el desarrollo de monocultivos extensivos que acabaron en muchas zonas con la diversidad existente.
En nuestra desenfrenada carrera para encontrar una salida a la crisis, ahora volvemos la mirada al campo. Sin embargo, el fracaso de nuestro sistema económico no se soluciona con improvisaciones ni a golpe de tractor, ni con el turismo de cartón piedra. La carencia de industrias o proyectos empresariales no debe suponer que el futuro pase por generar una producción alimentaria que nos aboque a una crisis ambiental, como la producida en los años sesenta con las prácticas agrarias reduccionistas que propiciaron la ruina de ecosistemas (como por ejemplo las Tablas de Daimiel) y el nacimiento de movimientos ecologistas. Un término, la ecología, al que le hemos dado demasiadas vueltas desde que su creador, el biólogo alemán Ernest H. Haeckel, lo definió como «el estudio de las relaciones de un organismo con su ambiente inorgánico u orgánico». A nuestros organismos les sobran bebidas isotónicas y saltos estratosféricos, mientras lo que precisan es una mejor educación en los valores del mundo rural y la cultura agraria, no solo para generar dinero y empleo, sino para disfrutar de una vida en equilibrio con la naturaleza.
Para ir al grano, primero tenemos que construir el granero. En materia agrícola (y en otras como el turismo, donde existen tantos doctores), no podemos emplear conductas erráticas, sin buscar alternativas, tanto en prácticas de turismo sostenible como en las agronómicas cuyo impacto sobre el suelo, el medio ambiente y nuestra salud sea la apropiada para conseguir productos de calidad, competitivos en el mercado y con precios justos para agricultor y consumidor. Si no la tierra nos devolverá una calabaza tan grande como la de Yuma, pero no como un sabroso y nutritivo alimento, sino como un monumental suspenso como el que llevamos acumulado desde hace décadas… Había que hacer algo.