LA 5.ª ESQUINA
A viajes largos, buenas botas
Decía Confucio que hasta la más larga caminata empieza por un pequeño paso. Ese proverbio lo interpretan sus paisanos del polígono Cobo Calleja de Fuenlabrada, a través de aquella rama de la filosofía que se refiere a la especulación. Si especular viene del latín «speculari», que significa mirar desde lo alto (desde la talaya del pensamiento), algunos prefieren la acepción que se empleará a partir del siglo XVIII, cuando se aplique a las ganancias rápidas en las transacciones comerciales. Nada mejor para practicar esa religión que el templo que el empresario Manuel Cobo Calleja (Valdecañada, 1929-Ponferrada, 2008), construyó en la década de los ochenta a mayor gloria del mercado chino, con más de 400 empresas dedicadas a todo tipo de género, incluyendo el desayuno con diamantes para los sacerdotes del «super euro».
La innovación es la esencia para obtener crecimiento económico, pero en materia comercial no hay ideas nuevas a competir con las antiguas, porque sabemos, desde los fenicios, como se las gastan los imperios emergentes frente a los decadentes. Las crisis económicas nos dejan varias conclusiones, siendo la más certera el no temer ir despacio en la vida, sino avanzar por el camino adecuado. Poco queda del Confucionismo frente a las tesis de los nuevos discípulos de Marco Polo, que nos empujan a un desarrollo basado en productos de escasa calidad a bajos precios, con lo que esto significa de ruina para un modelo económico sostenible que buscaba mantener el equilibrio con el medio ambiente.
El leonés Cobo Calleja aprovechó el auge del sector inmobiliario en los años ochenta, construyendo en todos los rincones y explotando canteras de pizarra, maderas y otros negocios. Un referente empresarial para los chinos de su polígono, que buscan caminar deprisa aunque interpreten a su manera las tesis sostenidas por Confucio que alentaba a las gentes a cultivar la virtud personal y tender a la perfección.
A Luis Gil Carnicer, notario de profesión y sobrino de Ramón Carnicer, le impresionó siempre la entereza del campesino ante la muerte. Tal vez porque en la aldea se está acostumbrado a verla de cerca o porque tengan menos que perder que las gentes de ciudad. En una obra suya, donde relata las curiosidades del trabajo de notario en Galicia, cita el caso de un cura al que llamaron para administrar los últimos sacramentos a un campesino muy enfermo. El párroco mandó que le descubrieran los pies, para poner en ellos los santos óleos. El moribundo, con gran sentido del humor, le dijo al cura: «Don Ramón, únteme bien las botas, que el viaje va a ser largo»… Había que hacer algo.