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CARLOS CARNICERO
León

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El único privilegio que le queda a Alfredo Pérez Rubalcaba es elegir el momento de su retirada; pero no le queda mucho tiempo. Tal vez se tenga que beber el cáliz amargo de la derrota del 21N en Cataluña. Es el último servicio que le puede hacer al partido que él ha colaborado de manera fundamental en destruir.

Zapatero es el artífice máximo de esta deconstrucción del socialismo español. Pero está acompañado por muchos otros. Por quienes asistieron durante años a unas ejecutivas de papel en donde asentían a las ocurrencias del líder. En el entorno de Zapatero solo tenían sitio los sumisos. Laminó a la generación anterior sin piedad. Y eligió a sus adeptos, muchos de ellos incompetentes manifiestos.

Fuera del partido estaban los palmeros de los medios de comunicación afines. Los generadores de sus proyectos — Público, La Sexta — se hicieron millonarios en operaciones sostenidas con el manejo del Boletín Oficial del Estado. ¿Dónde está ahora Público y La Sexta ? Los directivos y directores guardaron la ropa, los trabajadores, como siempre, entregaron su trabajo y su ilusión y se quedaron en el camino. Los periodistas zapateristas agitaron las ideas del líder desde los medios públicos y desde los medios propios. Ahora se resitúan como si nunca hubieran sido zascandiles de Zapatero. Estos como Grucho Marx tienen otro contrato siempre si no sirve el anterior. La crítica a Zapatero fue considerada traición en la mejor tradición estalinista. Así le ha ido al socialismo.

Rubalcaba estuvo en todas esas decisiones. Al igual que Carme Chacón, cuyo marido, Miguel Barroso, era el muñidor de toda la parafernalia de comunicación de Zapatero en donde el eslogan ocultaba siempre el contenido.

Rubalcaba tiene que marcharse. Pero tienen que dar un paso atrás todos los que le acompañaron en esa dirección del PSOE que ha conducido a un partido sin proyecto al desastre. No faltan líderes. Están entre la militancia honrada y eclosionarán en la medida que el aparato del partido renuncie al control.

Lo fundamental es reformular el proyecto socialdemócrata no para alcanzar inmediatamente el poder, lo cual además es imposible, sino para tener una alternativa que identifique de nuevo a los electores con el PSOE.

Hay que desmontar un partido de taifas regionales, quitar el tapón del desagüe que impide que los militantes sean soberanos del partido. Y huir, como de la peste, de quien se ofrezca como salvador del socialismo porque solo pretende ser salvador de sí mismo.