Diario de León

EL BAILE DEL AHORCADO

Monterías

León

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Porque la cosa no está para humoradas, pero la declaración de Pedro Madrigal es para ponerle en un escenario y pulsar el botón de risas enlatadas. Hay que ver qué nivel de hipocresía, tanto que lo único que refleja es la impunidad chulesca del que se cree por encima del bien y del mal. Lo del presidente del PP de la Montaña Leonesa tiene tela, porque en su soberbia es capaz de andar a zancadas por la ley. Y es que el susodicho ya fue sancionado por cometer tres infracciones administrativas graves en materia de caza. Fue en el 2003, y esta batida le hizo perder su patente —¿de corso?— para volver a rematar animales hasta febrero del 2013.

Sin embargo, pues ya ven, que Pedro Madrigal fue sorprendido en la noche del lunes por agentes del Seprona con un rebeco a cuestas y va y se pone en plan chivato y dice que él no disparó, que fue su colega de cacerías. «Había estado cazando pero no realicé ni un solo disparo». Es la paradoja perfecta, la pirueta imposible, vamos, la cuadratura del círculo. Pero ya se sabe que los políticos tienen una mentalidad diferente a la del resto, y, en su mundo Alicia, se puede estar de caza y no pegar ni un solo tiro, que viene a ser el mear y no echar gota, aunque eso nos sirve mejor para calificar la cara que se le queda al resto de la humanidad, que sabe que no se puede cazar si Medio Ambiente no te ha dado precinto, y que no es lo mismo acabar con un lobo que asistir en el parto de una vaca, que para una cosa necesitas escopeta y para otra te valen unos guantes de látex y un fórceps. Pero los hay que ocupan el sillón durante veinte años, demostrando que la contingencia es necesidad hasta que deja de serlo, y que hay lugares —y personas— que aún no han pasado por Tocqueville.

Llega un momento en el que hay que reírse de todo, porque la alternativa al panorama presidido por la miseria y la corrupción puede ser la que se atrevió a mirar la mujer de Lot.

Así que sonrían, traten de forzar el gesto, y verán que resulta más fácil tragar con la gran montería en que España se ha convertido, con quienes nos prometen honestidad y decencia —aquí podríamos decir como Lola Flores, «si me queréis, irse»— y con los que tratan de difuminar la culpa democratizándola. Dicen que ayer los invitados al acto del Centro Confucio aplaudían la intervención de un chino sin que mediara traductor simultáneo. Y es que da igual lo que nos digan, sólo somos palmeros.

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