Diario de León
León

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Una de las consecuencias del regreso a la pobreza es la reconquista de las palabras que la falsa riqueza a la que nos abocó el contubernio de políticos y empresarios del trinque había orillado en la cuneta de los diccionarios. El bodrio, por ejemplo, un caldo que se repartía entre los pobres al finalizar la misa, volverá a instalarse en el inconsciente con el que recreamos el mundo. Ya ven, parecía que sentar un pobre en la mesa era cosa del pasado, que ya nunca tendríamos que hacer humor negro a lo Berlanga para hacer catarsis con la tristeza común, y, sin embargo, volvemos a vivir, una por una, todas las calamidades que veíamos desde la cegada atalaya del rico.

La ciudad se parece cada vez más a un cuento de Charles Dickens, con clases llenas de niños que se marean por la desnutrición. Volvemos a ver pobreza real, la de la dignidad, la del que se avergüenza por no poder calentar y vestir a sus hijos, la de quienes no entienden que un grupo de canallas se haya enriquecido a costa de la miseria común, la del que sabe que serán precisamente esos los que tranquilizarán ahora sus conciencias con campañas de infamante caridad. Pobres, una palabra que se había guardado en el trastero del arcaísmo y que, como mucho, usábamos para calificar al triste de espíritu, regresa por sus fueros para ocupar un lugar preeminente en nuestra relación con el mundo. Y para cambiarlo.

Porque la palabra tendrá rostro, se hará carne y habitará entre nosotros. A partir de ahora, la miraremos cada día —puede que incluso el espejo nos devuelva su reflejo— y la moldearemos, la manipularemos para no tener que mirar al abismo de lo que somos, para no enfrentarnos a esos ‘otros’ que el bienestar había mantenido aletargados en nuestro interior y que ahora serán más nosotros que nosotros mismos. Sí, la crisis es como la marea, y devolverá todo aquello que tiramos pensando que no regresaría. Palabras como vergüenza, miedo, frío, hambre, desgarro... vergüenza del que sabe que nunca fue esa gran persona en que la nebulosa de la bonanza le mantuvo, miedo de no tener salida, de ver cómo la infancia desaparece, también aquí, frío del que sintió la calidez que nunca volverá, hambre... el bodrio de los pobres, la caridad del rico, una sociedad desgarrada, esperando a mañana, siempre mañana, y sabiendo que ya nunca mañanaremos.

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