FRONTERIZOS
Un cuento para el día de los muertos
Nos hemos muerto por encima de nuestras posibilidades», concluyó el dictamen de la Asamblea de Acaparadores, reunida de urgencia tras los últimos acontecimientos, que han conmocionado los cementerios del Estado y sus Periferias. Los actos de resistencia ante los desahucios, tímidos y poco significativos al principio, no sólo se han multiplicado sino que los afectados han conseguido organizarse y obtienen cada día nuevos y más firmes apoyos, que dificultan el desarrollo de los procesos.
Durante los Años Buenos, al amparo de una coyuntura beneficiosa para el sector de la acaparación, los ciudadanos obtuvieron sustanciales mejoras para acceder a residencias eternas en propiedad. La liberalización del suelo y la abundancia de crédito a bajo interés generaron un marco en el que la construcción de cementerios experimentó un crecimiento nunca antes visto.
Durante años, en el Estado se construyeron más tumbas que la suma de las levantadas en los estados vecinos. Los gobernantes se mostraban orgullosos de ello, sacaban pecho en las fotos y hacían declaraciones solemnes en las que hasta los ateos subrayaban el milagro. El sector de la acaparación entró en una espiral de captación de clientes a cualquier precio. «El que no tiene un buen panteón donde caerse muerto es porque no quiere», venía a decir la propaganda. Y la población se lo creyó a pies juntillas.
Pasabas un día por delante de una funeraria financiera, camino de la panadería, y un ejecutivo sonriente te ofrecía no sólo un crédito a largo plazo para adquirir una tumba estupendamente orientada al sur sino un sustancioso suplemento para una caja de ébano con incrustaciones de cobre y una corona de flores frescas recién importadas del mercado de Amsterdam. Y volvías a casa con una barra de pan y un hueco de tres por dos en la mejor esquina del cementerio, que acabarías de pagar, con suerte, un poco antes de morirte. De la noche a la mañana el sistema se vino abajo. Por lo que parece, más allá del mar también se habían pasado con lo de los créditos para sepulturas. Allí habían ideado un sistema perfecto: cuando tenían muchos créditos de dudoso cobro, hacían con ellos un paquete muy bien envuelto y lo vendían. Un día alguien debió abrir el paquete, se dio cuenta de que allí no había nada y todo se fue al garete.
El caso es que, haciendo honor a su nombre, el sector de la acaparación lleva unos años desahuciando de sus tumbas a aquellos que no pueden pagarlas. Se apoyan en una ley que data de 1909, escrita expresamente para dejar en situación de indefensión a los deudores. La Asamblea de Acaparadores ya es dueña de la mayor parte de los cementerios. Y los muertos acampan por las calles, esperando el día de la venganza…