José Julio Falagán Fernández
Al servicio de las personas
En mi humilde opinión todas las tradiciones religiosas están llamadas a ponerse al servicio de las personas y de todas las personas. Sólo desde aquí tiene sentido ser creyente, permanecer en un cauce religioso e intentar vivir de acuerdo a los principios éticos que lo identifican. Servir al mundo como humanidad de hoy exige ponerse a su escucha y entablar relaciones de diálogo.
El ejercicio de escuchar forma parte de la dinámica del dialogo. El diálogo en un múltiple sentido: con el Otro, con los otros, con lo otro y consigo mismo. En estos momentos —a diferencia de otros tiempos— el mundo reivindica una autonomía y una igualdad con las iglesias y las religiones. El mundo de hoy tiene una palabra que decir a las religiones y a las Iglesias. Siempre desde mi humilde opinión esto me parece muy positivo.
Los acontecimientos —celebrados en este mes de octubre— en la Iglesia católica se centran en esta palabra: Evangelizar. El aniversario del Concilio Vaticano II, el Sínodo sobre la Evangelización, la Jornada del Domund, pretenden recordar la misión fundamental de la Iglesia Católica: Evangelizar. En su sentido más original trasmitir la Buena Noticia. Si queremos ser coherentes deberíamos preguntar al mundo cual es la Buena Noticia que quiere o necesita escuchar.
Soy de los que pienso que en el mundo moderno hay muchas consonancias con el Evangelio: ¿quién no aspira a luchar contra la enfermedad, a recuperar la libertad perdida, a que le traten con delicadeza en sus errores, a salir de la pobreza impuesta, a tener otra oportunidad, a que se le respete su dignidad? Estos son los intereses centrales del corazón de Jesús de Nazaret.
Podemos pensar también que muchas de las actitudes del mundo de hoy no son propias de la persona en su identidad original: el amor a los bienes económicos, el dinero como valor normativo, las fronteras humanas, el individualismo, la indiferencia ante el otro, el olvido de la interioridad, el desprecio de los valores espirituales y la falta de entusiasmo por una mística de ojos abiertos. Tan acostumbrados a estos comportamientos, parece que la costumbre ha hecho norma. Una norma que a nadie nos deja satisfechos.
El servicio a las personas pasa siempre por ponerte en el lugar del otro, asumiendo la proximidad, la precariedad y el destino del otro. Entiendo el servicio como un diálogo, silencioso pero real. Incluso el servicio de Dios a la humanidad ha sido un diálogo que nuestro poeta místico y castellano Juan de la Cruz, ha expresado muy bellamente: «En los amores perfectos, esta ley se requería, que se haga semejante el Amante a quien quería».
Las personas de hoy necesitamos experimentar la cercanía, la acogida y la ternura de las tradiciones religiosas, manifestada en los comportamientos altruistas y solidarios de sus miembros. Necesitamos que las tradiciones religiosas no nos consideren extraños. La apuesta por los otros despierta y alimenta en nosotros deseos de profundizar en la semilla divina que todos llevamos dentro. Semilla que se manifiestan en el amor gratuito y desinteresado. Este amor no conoce fronteras de individuos ni de lugares, pues toda persona encarna dentro de si el germen del universo.
No conozco mejor camino para evangelizar, o sea comunicar Buenas Noticias, que acompañar con discreción a las personas en sus circunstancias concretas: sufrimiento, adversidades, contradicciones, alegrías y esperanzas, sin olvidar los derechos de comida, vestido o casa, cultura, salud y trabajo. Una necesidad real, confieso desde mi fe, es la apertura a la divinidad que llevamos dentro, en el simple ejercicio de dejar que «Dios sea Dios», para que los otros sean hermanos. ¡Es el mayor desafío que la vida me ha planteado!