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Publicado por
Pedro Rabanillo Martín
León

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Es lamentable que una parte de la sociedad personalizada en el común de los ciudadanos, se lance a perturbar el orden en la calle apostando por reivindicaciones, ya que no injustas, cuando menos inoportunas, poniendo en tela de juicio la certeza y el éxito de lo que reclaman.

La riada de manifestaciones y algaradas callejeras que en el mes de septiembre padecieron en Madrid, evidencian la sospechosa manipulación de políticas de esperpéntico contenido. Las salvajes agresiones sufridas por los agentes de la policía por el hecho de coadyuvar a que estos actos se desarrollasen con normalidad, deberían poner en guardia a los demás afectados que aceptan con resignación las reglas que establece la Administración para paliar los devastadores efectos de la pésima gestión de ocho años cocinada por una banda de ineptos, que hoy levantan las banderas secesionistas y las de su preferencia (republicanas), olvidando la verdadera enseña que es la nacional y los valores de patriotismo y solidaridad que atesora. La imagen enviada al exterior protagonizada por los delincuentes y agitadores nos está costando el reconocimiento como nación de primer orden, lanzándonos a las fronteras de un tercermundismo decadente.

Siguiendo el hilo de aquellas suicidas algaradas, nos viene a la memoria la ausencia entonces de esos «gallos» que permanecieron con la cabeza bajo el ala durante los años en que el «comedero» y la «gallina» pecuniaria estaban a su entera disposición. En las arengas de estos demenciales actos, hoy lanzan kikirikies de preocupación y ansiedad (porque el chollo se acaba), coreados por tontos útiles e insolidarios que aún conservan apetecibles ocupaciones que para sí quisieran los millones de parados a los que sólo les queda la esperanza muy remota de conseguir una ocupación laboral que dignifique su existencia y la de los suyos. Esperar de esos agitadores ayuda a costa de sus sustanciosas prestaciones queda clarificado con ese tedioso paripé: «nunca renunciaremos a nuestro bien ganado estado del bienestar!». Mas bien regalado. Y los demás, ¿qué? Es el eslogan que con más asiduidad se invoca en los exacerbados círculos de estos insólitos desaprensivos.

En cuanto a los recortes económicos y cargas fiscales que el Gobierno ha puesto en marcha, a nuestro modesto entender nos parecen razonables por mor de la salvaje depresión que padecemos. Se trata de recaudar unos fondos necesarios para aliviar la desastrosa e incomprensible deuda que inexorablemente acabará, si antes no se le pone remedio, por ahogarnos en la nostalgia del «fanfarrón» estado del bienestar.

Deben ser sin objeción aquellos ciudadanos que afortunadamente disfrutan de un cómodo y seguro empleo quienes tiren por el carro de la solución, situación ésta que contrasta radicalmente con los otros que sumidos en la desesperación permanente, albergan una leve esperanza de recibir la conmiseración y ayuda para aliviar el angustioso drama que día a día están viviendo. Cuanto más bajen las aportaciones de los que puedan colaborar, más subirán las visitas a los comedores sociales y al penoso y triste recurso de acudir a los contenedores de la basura. Es patético pero real. ¿Cómo es posible que el colectivo de funcionarios y «allegados» se quejen del trato que reciben de la Administración por esos recortes que a la postre suponen simple calderilla, debido a los incentivos que reciben por unas discretas ocupaciones? Es cierto que no todas las prestaciones son del mismo rango económico, pero también lo es que en cualquier dimensión y estrato que analicemos, son seguras, rentables y tranquilizadoras. Estimo que deberían ser prudentes evitando aventar la peligrosa especulación de que el colectivo está sobredimensionado.

Europa exige recortes. Otros países con más población registran plantillas más ajustadas. Eviten y hagan oídos sordos a los consejos de aquellos que no tienen nada que perder por estar instalados en un entorno de ideas fracasadas que grupúsculos anti-sistema expanden y propagan.

¿Qué decir del papel que los sindicatos representan en este dramático conflicto? Este ciudadano no es capaz de comprender cómo algunas de sus actuaciones se puedan compaginar con el verdadero sentido de la razón. Que en un estado de bonanza económica reclamen ajustes más favorables, tanto económicos como sociales sobre beneficios contrastados, tanto de la Administración como del ámbito empresarial, lo entenderíamos como justa reivindicación. Pero que en las actuales circunstancias, con el vendaval de la ruina que nos azota, hipotequen la calle, no sólo para exigir lo que no hay, sino además obstaculizar a los que aún pueden aportar lo imprescindible para seguir resistiendo, es inconcebible e imperdonable.

En cuanto a los dictamenes del Gobierno a fin de salvar la situación, no estamos de acuerdo con la inhibición que los políticos vienen demostrando a la hora de contribuir con medios económicos personales propios frente a los recortes aplicados a los demás ciudadanos, a veces con excesivo rigor. No basta con aportaciones de tantos por ciento reducidos cuando reciben prestaciones muy generosas. Deben y tienen que ir por delante de los demás contribuyentes, dando ejemplo de magnanimidad y deseos de aliviar en lo posible la enorme deuda que acumulamos y a la vez reducir la tensión en el entorno europeo y hasta mundial que ignominiosamente hemos creado.

Y como colofón hacemos una reflexion en relación al funcionamiento de la Justicia, que como regla sublime de la convivencia humana deja mucho que desear. No es de recibo que personas dedicadas a aplicar y administrar un valor tan fundamental, pasen de largo de la suprema obligación de defender la verdad como expresión clara y contundente, y la razón como argumento y demostración verídica de las causas que se juzgan. No es justo que los que dicen ser profesionales de tal regla se sirvan de los distintos criterios que atañen a cada ideología politica.

En cuanto al título del escrito viene dado por la contumacia de los intervinientes con aires de delirio. La alusión a la Justicia como responsable necesaria de los males que padecemos.

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