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JOSÉ Á. BALBOA DE PAZ
León

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Noviembre, tiempo de difuntos y recuerdos. La muerte todo lo iguala, dicen, pero la memoria no, al menos la mía. La pasada semana moría en Uruguay, con 94 años, Fernando Díaz-Plaja, profesor y escritor catalán muy prolijo desde los años cuarenta, autor de una historia de la cultura que se estudiaba en el Bachillerato de entonces (y que casualmente adquirí en una librería de lance hace unos días); pero más conocido en los años sesenta y setenta por una serie de libros muy leídos sobre los pecados capitales de españoles, franceses y americanos; también algunos de historia, especialmente los tomos dedicados a la Historia de España en sus documentos, que he utilizado con bastante frecuencia. Su muerte me ha recordado algunas anécdotas de él y de Valentín García Yebra que, pese a la innegable valía de ambos, se comportaron como personas soberbias y pedantes, aunque desconozco si efectivamente lo eran.

Tiene suerte Cristina Fanjul de que don Valentín, fallecido hace dos años, no leyera su artículo sobre los académicos leoneses publicado el mes pasado en el Filandón; seguro que le hubiera echado una buena reprimenda, como a mi en otro tiempo. En 1993 publiqué una monografía histórica sobre Torre del Bierzo. Al pie de una fotografía de don Antolín López Peláez, arzobispo de Tarragona y senador, escribí que había sido académico de la Lengua. ¡Nunca hubiera escrito tal cosa!. García Yebra envió una airada carta al editor en la que con una soberbia desconocida -quizá toqué una fibra muy sensible- afirmaba ser el primero y único académico leonés de la Lengua. Ignoraba al bañezano Juan de Ferreras, académico en el siglo XVIII; y a don Antolín, con enorme desdén, lo calificaba de académico correspondiente. De número sólo él. Tenía razón pero las formas...

En las necrológicas que publican los periódicos de Díaz-Plaja olvidan, probablemente por irrelevante en su carrera, que durante algún curso en los años ochenta fue profesor de Literatura en la ULE. Creo que vivía en Madrid desde donde se desplazaba a León para impartir sus clases. Por esos años, fui concejal de cultura de Cacabelos durante una legislatura; cuatro años en los que celebramos unas semanas culturales en las que participaron famosos escritores, como Torrente Ballester y Vázquez Moltalbán; historiadores del prestigio de Julio Mangas, David Ruiz y Emilio Casares; y directores de cine como Luis García Sánchez y José Mª Martín Sarmiento. ¡Iluso de mi!. Llamé al señor Díaz-Plaja por teléfono a la facultad y le invité a participar: «Cacabelos, —contestó socarrón y pedante— ese pueblo no tiene dinero suficiente para pagarme». Probablemente era sí pero él no lo sabía.

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