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TRIBUNA

La generación «Servidora de usted»

Publicado por
Ara Antón. Escritora
León

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Hace poco escribía sobre el maltrato a los niños por los caprichos y venganzas particulares de los padres que les tocaron en desgracia, que no en suerte. Otro caso reciente me obliga de nuevo a levantar la voz contra esos individuos —e individuas, no faltaría más—, que al ver que su hijo no es el muñequito manejable y sonriente con el que soñaron, se apresuran a deshacerse de él, convirtiéndolo en piedra arrojadiza, pues ya que es un problema, que les sirva al menos para desfogarse.

Y aquí aparece la figura de los abuelos, tratando de compensar deficiencias: de tiempo, por trabajo; de afecto, por dispersión; incluso con medios económicos, por la desastrosa situación actual o simplemente porque sus hijos, a los que han criado empecinados en evitarles los abusos por ellos sufridos, pensando que el amor, la educación y la sobra de posesiones iban a elevarlos, han decidido no trabajar, viviendo en la comodidad del hogar paterno.

La generación que hoy mantiene el país, y no solamente desde el punto de vista económico, ha sido una de las más machacadas de la historia reciente. Nacieron en una dolorosa posguerra y crecieron entre venganzas, dolores y estrecheces. Todo adulto se consideraba con el derecho de descargar sobre ellos la rabia que los carcomía; unos por considerarse dioses todopoderosos y otros por tener que bajar la cabeza y callar para evitar males mayores.

Esos niños eran mandados, sin ningún tipo de consideración, y en muchos casos sin afecto, por padres estragados y maestros autoritarios, que desconocían o les importaba un bledo eso de los traumas. Cualquier adulto podía afear sus conductas o, si el caso llegaba, «calentarles» los mofletes o las nalgas con unas buenas palmadas o, incluso, con una vara pulida al efecto. Y los pequeños entendieron el «diálogo» —como aseguraba Gila— y se plegaron a lo que se les exigía. Trabajaron o estudiaron —en muchos casos ambas cosas— y, aunque fuera a regañadientes, obedecieron y se convirtieron en una generación visionaria, la cual, cansada de abusos, cantó al amor y a las flores y a lograr un mundo donde los niños no tuvieran que vivir guerras ni traumáticas posguerras. Y sobre todo se empeñaron en conseguir que sus descendientes fueran felices y tuvieran todo aquello que a ellos les faltó. Y lo tuvieron ¡Vaya que sí! Crecieron libres y alegres y... Así quieren seguir: con las espaldas cubiertas, sin trabajos ni ataduras. Y cuando un bebé los molesta y lo arrojan por la ventana, allí debe estar el abuelo, para recoger al niño y evitar que reviente.

Quiero pensar que esta mujer —que no madre, pues esta palabra define un estado distinto—, haya cometido semejante tropelía empujada por una mala salud o un estado de fondo patológico, porque si no cualquiera podría juzgar su acto como el peor crimen que un ser humano puede cometer, y a nadie compete pensar tal desatino, porque sin conocer —y aun conociendo— las interioridades del hecho, el oficio de juez no es deseable y mucho menos conveniente para la calle.

De cualquier forma, la generación del «Servidor de usted» sigue en la brecha, cargando con todo y haciendo frente a todo, sin exigencias ni reconocimientos... Porque sí, porque le enseñaron a obedecer y servir. Y, vistos los resultados, uno se empieza a cuestionar qué metodología es más conveniente —aquélla del absoluto control o ésta del completo descontrol— para una sociedad, que mantienen los cansados abuelos, con una voluntad de hierro y los pocos cuartos que la Administración, después de habérselos cobrado por adelantado durante treinta o cuarenta años de trabajo, les paga graciosa y generosamente. Esperemos que el ciego afán recaudatorio no hunda también este pilar del Estado, porque, en ese caso, el abuelo no estará bajo la ventana para detener la caída de su nieto y todo se vendrá abajo.