Diario de León
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miguel á. varela
León

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Creo que ya he contado lo del optimista que anda suelto por Ciudad del Puente y sus alrededores circulares, poniendo perdidas de ilusión las calles más tristes del mundo. «Aún me quedan unas monedas para gastar en la felicidad», repite eufórico por las heladas avenidas. Y en la cola del paro, que es el lugar más animado de la ciudad, canta el estribillo de una canción: «que mundo tão parvo / onde para ser escravo é preciso estudar». En la voz de una jovencísima intérprete portuguesa llamada Deolinda ese «qué mundo tan idiota / que para ser esclavo hacer falta estudiar» enciende las gargantas de las generaciones perdidas de la Iberia Occidental.

El tema se lo enseñó hace unos días un indignado de Aveiro, en una granja de Sarria, con el que coincidió en el I Congreso Internacional de Observadores de Nubes que montó Germán Díaz, un músico de Valladolid con cara de adolescente despistado que tiene un laboratorio donde transforma en suspiros las músicas de la revolución. Otro optimista, que toca la zanfona como si estuviera masturbando a un ángel y hace conciertos clandestinos en las mansiones que aún pueden pagar la calefacción.

Allí conoció a Gavin Pretor-Pinney, un filósofo de Oxford que preside la Asociación de Observadores de Nubes. Pretor-Pinney le dijo que mirar a las nubes nos instala en la nada «ya que se trata de una actividad que no ofrece resultados, no tiene una finalidad tangible y hoy nuestra sociedad necesita excusas como ésta para no hacer nada». El optimista le ha escrito una carta a Mariano Rajoy proponiéndole que nombre ministro de economía al profesor inglés. El presidente del gobierno ha pedido el ingreso en la asociación, pero la plaza ya la había ocupado Zapatero.

El optimista de Ciudad del Puente ve señales donde los demás no vemos mas que las líneas sucias entre baldosas y escribe en las servilletas un titular que leyó de soslayo en un quiosco de prensa: «lo mejor está por venir». El optimista ojea en diagonal las noticias de los periódicos y luego se informa de los hechos mirando a los hombres que toman café en la barra de los bares y miran el reloj recordando que hubo un tiempo en que tenían algo que hacer.

El optimista tiene sus momentos de flaqueza. Ahora le ha dado por lamentar su falta de ingenio para contar lo que pasa. Cree que ante nosotros hay suficientes recursos como para extraer de ellos la gran obra: una novela satírica al estilo de La conjura de los necios ; una película que pusiera el mundo al revés como La vida de Brian ; una obra de teatro que lo contara todo en noventa minutos como Luces de bohemia . Nuestro hombre es un optimista, sí, pero no es tan idiota como el de la canción portuguesa. ¡Lástima de talento!, masculla cuando nadie mira.

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