TRIBUNA
Las tragedias que se pueden y se deben evitar
Los que nos dedicamos a la patología alcohólica no salimos de nuestro asombro sobre cómo persiste el desenfoque y la confusión a la hora de juzgar y asumir socialmente los problemas que provoca el alcohol. Da la sensación de que para que desaparezcan los accidentes graves por el uso del alcohol nos creyéramos que la solución principal es poner más vigilancia en las carreteras, más agentes de vigilancia, etc. Evidentemente, las enfermedades, y menos las causadas por el alcoholismo, no se solucionan realmente con más guardias civiles y más cárceles.
Muestra de ello es lo ocurrido en el Madrid Arena en la víspera del 1 de noviembre. Se repiten hasta la saciedad las disculpas a la hora de las responsabilidades y se proponen concienzudas comisiones de investigación. Ciertamente, hay que depurar responsabilidades en lo sucedido. ¿Pero las comisiones de investigación son realmente eficaces de cara a la prevención de esas tragedias? Me parece que no.
El problema del alcoholismo en general, y más en la juventud, tiene mucho más calado. La medicina, ya desde hace lustros, habla y previene que el alcoholismo en los jóvenes adolescentes provoca serias alteraciones en el sistema nervioso central y ocasiona, a corto y largo plazo, alteraciones psicológicas importantes. Por ejemplo, el descontrol en la bebida alcohólica provoca alteraciones importantes en la memoria y en la expresión verbal en los adolescentes, existe en los consumidores jóvenes un comprobado riesgo en un déficit de atención, acentuación de estados de hiperactividad, y desordenes tipo bipolar, que tienen su causa en desordenes en el desarrollo y madurez cerebral. Además, está demostrado que el alcohol es la principal causa de muerte en adolescentes.
Eso ocurre a nivel individual, pero está enormemente agravado en esas macro reuniones en donde el alcohol abunda sin límites (testigos de el suceso de Madrid Arena así lo atestiguan explícitamente), creándose un ambiente de descontrol y desinhibición cerebral que da lugar a un fenómeno de enajenación mental multitudinaria. Al «polvorín de dinamita» sólo le falta una «chispa», y lo que puede ocurrir es imprevisible. Urge concienciar a los poderes públicos, a la sociedad y especialmente a los padres que el peligro real primero y principal es el alcohol, al que están expuestos los jóvenes de forma demasiado ordinaria. De poco sirve las lamentaciones tras una tragedia cuando no se quieren resolver las causas principales que la provoca.
Como no quiero desaprovechar la ocasión en lanzar un mensaje de esperanza, pienso que esta batalla la tenemos vencida, aunque tengamos que sufrir algunas derrotas, si nos esforzamos en primer lugar en reconocer que el problema es muy urgente, y luego si adoptamos medidas que, por ejemplo, puedan ir en orden a promover programas que ayuden a los adolescentes a conocer cada vez mejor la presión que les incita a la bebida, involucrar activamente a la familia y a la sociedad en este cometido, usar en la escuela métodos modernos de aprendizaje en prevención, y enseñar a los jóvenes actividades alternativas que supongan desligarse del alcohol. Así lo pienso, y así estoy dispuesto a luchar como médico en ese sentido.