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León

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Supongo, me gustaría pensar, que hay menos casos, que la violencia sexual contra los niños ha disminuido y que esa tendencia seguirá, que es la excepción y que llegará un momento en el que conseguiremos desterrar la pederastia. Sin embargo, contemplo con terror una sociedad en la que no se castiga con suficiente dureza a quien viola a un niño. Porque pedir diez años de cárcel —ya sabemos lo que comporta el buen comportamiento, la equidad, la justicia que pasa por la reinserción y demás— a dos sujetos que, presuntamente, han penetrado analmente (sic) a un niño de cinco años demuestra que en este país la infancia no está protegida. Violar a un niño es segarle, matarle, acabar con todo lo que podría hacer, con lo que podría ser y ya no será nunca, porque toda su vida girará siempre ya alrededor de lo que le hicieron. Permitir que se castigue a un niño es permitir que la sociedad siga enferma, que nunca pueda salir del círculo tenebroso que rodea ese santuario corrupto en el que convertimos el mundo cada vez que permitimos que vivan en él estos delincuentes sexuales.

Se les protege echando mano del Estado de Derecho mientras los inocentes son condenados al horror. La omisión de socorro también es objeto de sanción, creo, pero en este país todavía tenemos que comprobar con estupor cómo hay jueces que creen que no tienen el deber de tomar medidas cautelares si un profesor de infantil está implicado (presuntamente) en un caso de pornografía infantil.

Y el mundo sigue, y millones de niños son violados cada día, y secuestrados, vendidos y maltratados por sus padres, por sus familiares, por quienes tendrían que protegerles, y no pasa nada... la nave va... como la película de Fellini, seguimos viviendo como si todo estuviera bien, como si las cosas no pudieran evitarse.

Cada día aparecen nuevos casos de pornografía infantil. ¿Sólo voyeurismo? Para que estos enfermos hijos de puta puedan solazarse con las imágenes de menores violados tiene que haber un criminal que haga el trabajo sucio. Vamos, que el activo y el pasivo deberían ser castigados en los mismos términos, porque la única diferencia entre ambos suele ser la procedencia del niño que, por lo general, vive en países pobres y ambientes miserables. Aquí no hay relatividad moral que valga, ni atenuantes que esgrimir, ni reeducación. De un lado hay niños indefensos, del otro, criminales y consentidores.