FUEGO AMIGO
Caminante, no hay camino
En momentos de severa perplejidad y acusado desconcierto, ninguna ayuda resulta de tanto provecho como la poesía. Su apoyo brota espontáneamente y acude a nuestro lado de forma inmediata cuando los versos surgen de la memoria infantil, de un lejano aprendizaje que filtra las razones esenciales de la vida. Sólo entonces se entiende que el camino lo hacen nuestros pasos. La poesía de Antonio Machado forma parte de esa antología básica que nos convierte en menos vulnerables. Cada lector tiene su repertorio, pero en todos figuran los versos sentenciosos y magistrales de Machado. Por eso resulta tan importante su acercamiento a los actuales alumnos de primaria, que estos días reciben el libro de iniciación Mi primer Machado, difundido por la Fundación Villalar. La colección se inauguró con Delibes y seguirá con Unamuno.
Los versos de Antonio Machado se nutren de contenidos que permanecen vigentes al cabo de un siglo. Tan actuales como los agobios del ser humano, el regreso a la naturaleza o la experiencia de una España otra vez menoscaba. Hace apenas un lustro conmemoramos la llegada de Antonio Machado a nuestra Comunidad por la puerta de Soria. En su caso, la poesía va unida a las escalas de la vida. Una infancia andaluza, su juventud en el Madrid poseído por el aura de Rubén Darío, la decantada interiorización del paisaje castellano, el matrimonio con Leonor y la abatida soledad en que lo instaló su muerte. Esta etapa soriana nos legó sus versos más hermosos, los poemas al Duero, la doliente denuncia del cainismo, el canto a los paisajes fríos y puros. En su contacto con nuestra tierra, Machado supo aprovechar las licencias líricas del modernismo para expresar el pálpito de unos paisajes austeros pero cargados de revelaciones. Así, sus versos captaron el prodigioso esplendor de la primavera, tan inesperada como radiante.
Luego, se suceden los años de Baeza, el descubrimiento de la Andalucía intransigente y el alivio del reencuentro en Segovia, donde reverdece el amor y cristaliza el compromiso con los anhelos del país. En Soria y Segovia encontró los amores de su vida y el paisaje que universalizó su poesía. Desde Segovia acude con frecuencia a León, donde reside durante siete años la familia de su hermano pequeño Francisco. De aquellas estancias, la ciudad recibe el regalo de un soneto que dibuja el horizonte de sus caminos «entre chopos de candela». Y no fue el único obsequio del poeta a León. Este año se cumple el centenario de Campos de Castilla y la celebración propicia su acercamiento a los escolares, a través de una campaña que puso en marcha con la elegancia de su discreción la presidenta María Josefa García Cirac en las aulas sorianas que todavía evocan la presencia del poeta.