TRIBUNA
Sindicalismo y trabajo
Alo largo de los últimos años hemos explicado en distintas ocasiones el modelo del lastre cero. Se trata de un tipo de persona muy querida para la economía estadounidense que, inevitablemente, se exporta en estos tiempos salvajes hacia cualquier destino. Denominan así a aquellas personas que no tienen raíces, que tienen pareja pero no están enamoradas, que no tienen hijos o los tiene distanciados, que tienen formación pero no es una formación muy vocacional… Son los habitantes de un mundo líquido y volátil, tendente a desvanecerse.
En paralelo y en otras tantas ocasiones también, nos hemos referido a las ideas y a los datos aportados por el Premio Nobel de Economía Paul Krugman, a la hora de advertir acerca de que una menor afiliación y unas mayores dificultades para que los trabajadores se unan a los sindicatos y así negociar mejor sus condiciones laborales son parte de las causas que provocan el gran incremento de la desigualdad. Y cita el economista, como ejemplo, que un tercio de la diferencia en desigualdad entre Estados Unidos y Canadá se debe no casualmente a la caída de la afiliación en el primero de esos países.
Estas dos referencias, arraigadas ya en la cuna de muchos de nuestros modelos, buscan acomodo entre nuestras fronteras gracias al empuje del individualismo triunfante y de la muy adversa coyuntura laboral, pero también —¡sólo faltaría!— con el impulso fervoroso de los gobiernos y de los ideólogos de los gobiernos. Por lo que hace al primer ejemplo, las nuevas leyes laborales y el patrón productivo que se persigue casi lo aseguran; de hecho, obligados por ese rumbo en apariencia imparable, buena parte de nuestra juventud ya ha mutado y sabe que más o menos así será su destino si consigue incorporarse al mercado de mano de obra, cualificada o no; peor lo tienen, en cambio, quienes caen en el abismo del desempleo con mediana edad y difícil capacidad evolutiva por ello, lo que les convierte poco menos que en cadáveres laborales. En cuanto a lo relativo al segundo ejemplo, tampoco hay duda de que el sindicalismo español y europeo está llamado a su transformación, exigido en buena medida por el nuevo escenario productivo con sus nuevos formatos; también porque la metamorfosis general generará muchos empleos de perfiles distintos a los tradicionales, para los que todos debemos estar preparados; aunque no porque las ideologías ajenas, cuando no directamente contrarias, lo reclamen por simple y propio interés.
Ahora bien, la nueva edad en la que poco a poco vamos internándonos exige no sólo anticipar cómo puede ser el futuro, cuando formas y contenidos se decanten por fin, sino también, como sucede en toda progresión histórica, consolidar lo que ha sido y que haya de permanecer, pues nunca en estos procesos se actúa con borrón y cuenta nueva. Por ese motivo, es importante resaltar que hoy por hoy el sindicalismo (el llamado sindicalismo de clase) es casi el único elemento que contrapesa la depredación insaciable del capitalismo agónico. Por eso resulta molesto y es objeto de agresiones constantes por parte de la ultraderecha económica, empresarial y mediática, que extiende una opinión simple en titulares para que cale fácilmente en ese pensamiento ikea con que definimos y explicamos el mundo. Mas siendo evidente la necesaria evolución, en general de modo poco cuestionable, tampoco resultará suficiente si los principales protagonistas de este movimiento, trabajadores y trabajadoras, y la sociedad en su conjunto no recuperan el valor de la participación, que hace de las organizaciones seres auténticamente vivos. Sin duda alguna, un inconveniente para este objetivo es el lastrecerismo con el que se nos pretende conformar.
De ahí que a nadie le extrañe que triunfen cada vez más las contestaciones más o menos espontáneas de naturaleza emocional y gaseosa; lo mismo que las procesiones ciudadanas de tipo sectorial o animadas por reivindicaciones parciales y concretas, en detrimento de los elementos comunes y generales que las envuelven y explican. Sucede así porque lo otro, lo que va siendo pasado, es percibido como parte de lo que Marx llamaba la superestructura, es decir, el conjunto de los fenómenos jurídico-políticos e ideológicos y las instituciones que los representan, adonde también se han sumado en los últimos años los sindicatos. Su conquista de un lugar relevante en términos sociales y políticos, su condición de elemento básico del sistema recogido en la Constitución y su notable grado de participación institucional han hecho que la ciudadanía, bien por sí misma, bien al hilo de mensajes teledirigidos, los perciba y juzgue sin distingos de esa manera y se rebele contra ellos como un agente más de sus desdichas. Así pues, zafarse de ese estigma será también cuestión ineludible para su supervivencia.
En medio de éstas y otras cuitas seguro mucho más dramáticas se viene celebrando el proceso congresual de Comisiones Obreras, la primera organización sindical en la provincia, en la Comunidad autónoma y en el Estado. Hoy tiene lugar en León el 10º Congreso de se estructura provincial, donde se tratará de dar respuesta a parte de lo que aquí se comenta. Lo que resulta evidente de entrada es que no se puede conquistar el porvenir avanzando por simple inercia ni despreciando lo que los nuevos tiempos del trabajo nos reclaman.