EL AULLIDO
José de León
Después de una exótica y fructífera ruta de la seda y las especias que le ha llevado hasta China, y antes de proseguir con su peregrinaje espiritual y creativo que le va a llevar hasta el serpiente emplumada de México, nuestro viajado y bebido y ensoñado pintor José de León, toro que enviste a la niebla, todo él fuerza expresiva y locura controlada, ha querido exponer sus últimas y más orientales obras en la Galería Ármaga.
Nos lo encontramos en plena calle Ordoño II, grita desde el otro lado de la acera, viene, me abraza como dictan en África que hay que abrazar —juntando los respectivos lados izquierdos del pecho y apretando con los brazos para que los corazones se toquen—, y ejercemos ese alegato contra la vida breve que es nuestro hablar sin pausas. Se le nota su periplo por la milenaria China en su conversación zen trufada de espiritualismo drástico. Me mira de pronto como queriendo acceder a mi misterio personal. Y, acto seguido, vuelve a sí mismo y le pregunta a mi mujer que si soy un buen amante: no hay quien pueda con los iniciados en abismos penetrantes.
Tiene el tan personal arte de José de León, el mejor de los pintores surrealistas de España en mi opinión, toda esa fuerza del hombre auténtico y decidido, trabajador y caótico, inquieto y desatado, místico y follador, fabulador y fascinante de esta tierra nuestra rica en inviernos afilados; esta tierra en la cual el frío ahuyenta a los exhibicionistas.
Es un arte minucioso, trabajado, equilibrado en su aparentemente rupturismo de lo real. Un arte clásico y vanguardista, y visionario, equilibrista, tan heredero de las ilustraciones de los libros de horas medievales y los cuadros de El Bosco, Remedios Varo, Leonora Carrington, Ángel Planells y Dalí como de la poesía empalabrada, hipnótica y cifrada de André Breton y Benjamín Péret… He aquí un arte que ayuda al espectador a espantar fantasmas, revolucionarse por dentro y mantener un poco más lejos la muerte física y emocional.
Oh, sí, solo mirar los cuadros de esta brillante exposición repletos de seres imaginados, y de propuestas visuales arriesgadas, y riqueza simbólica, y alegatos oníricos, y minuciosidad en la descripción de lo inconsciente casi psicoánalítico ya es viajar, y crear, y volar, y soñar, y creer. Es eso y es también explotar por dentro en mil colores y matices que nos hacen saber o recordar que existe un más allá de lo normal y lo anodino y lo rutinario y lo real; que gracias a quien no hace las cosas como hay que hacerlas el mundo avanza, y se amplía, y consigue que quepamos todos en nuestra fascinante multiplicidad y nuestra diversidad…
¡Mirar con detenimiento un cuadro de José de León es como un buen polvo… espiritual!