FUEGO AMIGO
Valderas, horizonte sombrío
El pasado verano, después del relevo municipal, estuve en Valderas participando en la presentación de un libro y tuve la impresión de que volvía a crepitar en la villa del Cea el peor cainismo. El acto cultural tuvo lugar en el salón del antiguo seminario, mientras en la planta alta se celebraba un pleno informativo sobre la ya entonces agobiada situación municipal. Asistían el anterior alcalde popular y la nueva alcaldesa socialista, todavía muy arropados entonces por sus grupos de seguidores. A la salida de nuestra presentación, a la que acudió sobre todo un público digamos maduro, algunos de los asistentes se despidieron con urgencia, porque la hiriente memoria de otras tensiones vecinales les impedía contemplar aquella violencia ambiental.
Al cabo de un año, la crispación se ha traducido en mayúsculo desbarajuste municipal, para el que nadie parece tener una salida respetable. Más bien, lo que se percibe de momento son las ganas de unos y otros de echar el muerto sobre la institución o el partido vecino, mientras se van a apresurando a quitarse de en medio. Ya en León nadie quiere saber nada del lío y ahora apuntan a Valladolid o Madrid, para ver si alguien se atreve a tomar las riendas de un municipio desvalijado. El desdén es aún más doloroso porque antes de ser conocida por el bacalao de sus mesones y por el trapicheo de antigüedades, Valderas ostentó la divisa de Faro Cultural de Campos.
Un ministro de la Restauración la convirtió en centro radial de siete carreteras y estación de un ramal de los ferrocarriles secundarios de Castilla, que enlazaba Palanquinos con Valladolid. Nada queda ya de aquella centralidad de asfalto, raíles, latín y humanidades. Valderas formó con Villafranca del Bierzo la pareja de villas históricas que con más encanto traspasaron la frontera de la modernidad. Eran dos capitales de la cultura adornadas de monumentos civiles y eclesiásticos, una nutrida tradición de orfeones y, en el caso de Valderas, una industriosa proyección mercantil de su próspera aljama judía.
Luego, sucesivas pérdidas y tenaces destrozos fueron menguando aquellas galas, hasta convertirlas en un espectro demacrado y triste. El Padre Isla templó gaitas refiriéndose al deterioro de Valderas como «un pueblo que por la fatalidad de los años y la desgracia de los tiempos ha decaído de su antigua opulencia, sin que la mucha nobleza que le ilustra haya podido conservar su esplendor». Sin embargo, en la Plaza Mayor sorprende el antiguo consistorio barroco, al lado la iglesia de Santa María del Azogue con su museo, y en medio la calle que asciende desde el Espolón hasta Altafría entre palacios y blasones. Valderas tiene estas sorpresas. Por eso duele tanto la calamidad de su postración actual.