LA 5.ª ESQUINA
Alcaldes en tiempos revueltos
Desde hace unos días, se pueden adquirir las memorias del primer alcalde democrático de Ponferrada, publicadas por la editorial leonesa Lobo Sapiens. Se llamaba Francisco Puente Falagán; había nacido en San Román de Bembibre, en 1897 y murió en Ponferrada, en 1973. Fue alcalde tras las elecciones de mayo de 1931, siendo elegido por unanimidad de la corporación municipal. La lectura de sus memorias (una entrega más de la historia olvidada), es un fértil recurso para reforzar ideas alternativas, en unos tiempos revueltos donde el pensamiento único quiere imponerse en el debate social y político.
Francisco Puente, al igual que muchos de sus coetáneos, vivió un tiempo de miseria y opresión. Las mujeres que trabajan en el ferrocarril de M.S.P., ganaban 1,25 pesetas por día, cargando sobre la cabeza cestos de piedra durante ocho horas. La epidemia de Gripe, de 1918, dejó vacíos algunos pueblos al morirse todos sus habitantes. También eran frecuentes los choques violentos entre las distintas tendencias políticas, cuyos disturbios acababan casi siempre con la vida de unos u otros.
Falagán fue seguidor incondicional de Pablo Iglesias al que, como tantos trabajadores en España, consideraba un modelo de honestidad y rectitud; un espíritu combativo en defensa de la justicia en las condiciones laborales y sociales de los obreros. En aquellas primeras elecciones, el alcalde llevaba en su programa político ideas tales como imponer a las empresas el cumplimiento de la jornada de 8 horas, así como la obligación de establecer el salario mínimo, en particular en las del carbón; pavimentar calles; construir urinarios públicos y lavaderos cubiertos; crear un cuerpo de limpieza con adquisición de un camión para las basuras; aseo, arreglo e instalación de parques y jardines; instalación de escuelas para cubrir las necesidades del municipio o «hacerse cargo de la custodia y aseo del castillo, lugar donde apacentaban animales de distintas clases, incautándose las llaves para que pudieran visitarlo cuantos lo deseasen». Su última actuación fue la de incautar el cementerio, con el consiguiente derribo del muro que separaba los católicos de los que no lo eran. Ni siquiera con los muertos existirían injusticias y desigualdades.
A Falagán lo cesaron el 10 de marzo de 1932, gracias al acoso de sus compañeros de la conjunción republicano-socialista que, junto a los habituales caciques, se oponían al ejercicio de la honestidad. Así le fue a la República, termina diciendo, con aquellos hombres «a quienes más que las ideas, les movía la desmedida ambición de poder y el beneficio de sus intereses»… Había que hacer algo.