CRÓNICAS BERCIANAS
‘Corrupció’ en Balouta
E l oasis catalán parece desmoronarse. Lo anticipó Tarradellas Carballo el lunes en una de sus increíbles notas de prensa, reinterpretando en clave bercianista la debacle de Artur, Pere e incluso de Alicia. Nos reímos. No imaginábamos que el derrumbe del oasis de las comisiones del 3% y del Palau fuera a alcanzar, como en una especie de efecto mariposa, a los paraísos comarcanos, donde la aldea global de McLuhan resulta una teoría amputada. Ese territorio hoy casi quimérico existe. O existía. Se condensa en valles como los de Los Ancares. En aldeas como Villasumil, Suertes, Sorbeira, Balouta... Donde lo que acaece en el mundo sólo penetra a través de un único canal de televisión y donde con una simple pulsión del índice es posible volver a aislarse de todo con la misma profundidad que con las primeras nevadas que han comenzado a azotar la zona.
Eso lo sabía bien el número dos del PSC, Dani Fernández, que pasaba parte de sus veranos solazándose entre los teitos de paja de las pallozas de Balouta de los que un día huyó su familia en pos de fortuna a la lejana Barcelona. Él, paradójicamente, coprotagonista de la liquidación del espejismo del oasis, es el que ha contribuido a disolver este vergel celta en el que pudiera ser que algunos lugareños, pese a la que está cayendo en toda España, la última vez que oyeran hablar con inquietud de la palabra corrupción fuera por la pésima recepción de la señal televisiva de las aventuras de Sonny y Ricardo en Miami Vice (Corrupción en Miami).
Esta semana La 1 y el último Diario que logró vencer la gran barrera de nieve alrededor del pueblo les acercó sin embargo a todos a la ingrata realidad de la bola loca del pinball de la corrupción que vertebra España, que lo mismo se dispara desde la urbanita Sabadell, rebota en Montcada i Rexac y acaba demoliendo la paz de aldeas como Balouta. La dimisión de su paisano, del que se sentían orgullosos y del que aunque no acaban dar crédito sobre las acusaciones de «mangoneo», les ha terminado por azorar y redescubrir que más allá del paso de algún Land Rover cada seis horas y del tránsito vacuno, acecha el tráfico de influencias y que la corrupción en catalán se escribe casi igual que en español. Que las pancartas de « Catalunya is not Spain » que enfocan en los Barça-Madrid son un atrezo falaz.