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LA ESPUMA DE LOS DÍAS

Caligrafías de la niebla

Publicado por
JOSÉ L. SUÁREZ ROCA
León

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Como auténticos anarquistas de la imaginación hemos saludado el regreso de la niebla. Todavía mantenemos bien alto ese placer septentrional de caminar los puentes y las calles en estado de niebla. Y por eso le damos las gracias a la manera de W. H. Auden, porque ni siquiera el sol más potente del verano es capaz de disipar tanta inmundicia y violencia financieras que nos amenazan.

La niebla es un cuento erótico de infancia que se vuelve blanco cuando encuentra puro silencio. Porque la niebla habita nuestra memoria desde el descubrimiento de las cenizas y de la pobreza. Nosotros, los pobres de la economía, nunca nos cansaremos de enarbolar la bandera de la niebla, elemento pobre de la meteorología.

No sé aún cómo calificar esta niebla que se aprieta al corazón de la ciudad para no marcharse, esta mixtura de brumas de mar y vapores de altas cumbres que sustenta el encanto de nuestras repúblicas atlánticas. Le otorga a cada puerto una resonancia de vida diferente, y a cada río y cada valle un grito de rebelde ideología irreductible. ¡Es tan caprichosa la cartografía de la niebla!

Tiene condensada la belleza en su humedad de diosa vagabunda. Con los materiales de la niebla hemos construido el Camino del Fin del Mundo, y las Vías de la Plata y los castillos, monasterios y bahías, y todos los trenes y estaciones ferroviarias que ahora nos quieren arrancar. Y con materia de niebla han compuesto nuestros grandes poetas y cuentistas las más hermosas piezas de la literatura occidental: los Castrofortes del Baralla de Torrente Ballester, los Ulises y Merlines de Álvaro Cunqueiro, las Ciudades de Poniente de Antonio Pereira, los Libros del Frío de Antonio Gamoneda, las Antífonas del Bierzo de Juan Carlos Mestre, los Puentes de Hierro de César Gavela...

Se nos filtra la niebla por las rendijas del alma y entonces contamos el tiempo como en las antiguas epopeyas célticas. Y es que esperamos casi todo de la niebla. En medio de la niebla el deseo es ciego, tan ciego como un potro recién nacido. Y se transfiguran los mezquinos paisajes urbanos, ascienden al pedestal de la Mitología las aldeas milenarias, se difuminan las fronteras de todos los nacionalismos históricos...

Salgo a dar una vuelta por el barrio antes de la medianoche, y como si las viera por primera vez me sorprende el color de las manos de esta niebla. Vislumbro allá lejos las luces de la bahía, y escucho el eco de todos los que callan a esas horas sus cenizas y pobrezas. Nosotros, los pobres de la economía, los que todavía reivindicamos la utopía y la insurrección, nos reconocemos en el fondo de la niebla.