CRÓNICAS BERCIANAS
Sin pinchos no hay paraíso
N o siempre fue así. Pero desde donde alcanza la bolsa amniótica de mi memoria tabernaria, que es el vaso de butano al que mi abuelo me convidaba todos los sábados en el viejo Tres Portiñas , el pincho en la Costa del Sil siempre ha sido como los buenos consejos: Gratis. Una escama de generosidad del tabernero. Antaño sobre el rabín de pulpo de Cubelos , del mejillón del Olego o de la patata con pimiento del Suárez . Ahora, por doquier, sobre la tortilla de Maruja la del Veracruz o del huevo frito de La Taberna . En aras de mantener la fidelidad de la parroquia o de ganarse la complicidad de la nueva clientela. Más o menos elaborado. Más o menos rácano: Pepe el del bar de mi barrio servía lo amarillo del huevo cocido el sábado y lo blanco el domingo. Pero siempre por la cara.
Con ese mismo espíritu les ofrecería yo templada una recomendación a los emprendedores del nuevo gastromercado de la plaza de abastos para que se estrujen algo más las meninges y eviten que el proyecto se vaya al garete estableciendo una fórmula común de pincho al margen de las tapas más cuidadas y elaboradas que sirven con la consiguiente factura. Más que nada porque en los tiempos que corren, en los que muchos ayuntamientos tienen tan pocas ideas como fondos, la del consistorio ponferradino para rentabilizar la planta superior de la plaza resulta más que plausible.
La cuestión podría resultar baladí. Pero hasta el socialismo local ha presentado una interpelación al edil encargado del área, el popular Reiner Cortés, para que aclare cuál es el «concepto» de los gastrobares. Pues como diría el celebre Manquiña: «El conceto es el conceto ». Esto es, que Ponferrada no es ni La Boquería, ni San Antón en Chueca, donde lo que hay es lo que hay: un pedazo de mousaka o una selección de sushi y una caña por seis euros. Aquí además de preparar unas hamburguesas de carne de buey de Ancares cojonudas, presentar como es debido las ostras de Arcade o el chorizo de corzo, hay que conocer al dedillo de qué pasta está hecha la costumbre de la sociedad comarcana. Y con la única legitimidad que me concede haber trasegado ya unas cuantas cosechas —como cualquiera— les anticipo a los gastroemprendedores y al señor concejal que sin pinchos no habrá paraíso. Y sería una pena.