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Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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Fue hace una semana, era de noche. Llegué a un hotel céntrico, antaño muy famoso. Un hotel con sabor a tiempos finales de Franco. A gentes importantes de aquel régimen, algo así. Ese hotel siempre me ha evocado el verano, el prestigio, lo sólido. En un León de los años sesenta.

La capital siempre fue hermosa, aunque ahora lo es mucho más. Y tenía y tiene esa justa y renovada fama de urbe amplia, limpia, con una espléndida fachada fluvial. Con mujeres estilosas, monjes sabios y médicos de prestigio… Esa ciudad ya se me adentró desde niño. León era espacio y políticos. Y unas tiendas grandes y provinciales, que no había en Ponferrada entonces. Y los platos combinados de la cafetería Bambú, que tampoco había en Ponferrada. Entonces.

León, y eso yo no lo sabía, era también la ciudad donde vivía Antonio Pereira. La de Victoriano Crémer. Para mí todo aquello era muy remoto, aunque un día leí un cuento de Pereira en un semanario ponferradino, y me gustó mucho.

Otro día supe que había un poeta que se llamaba Antonio Gamoneda. Esto fue por el año 69, en aquella urbe de Franco final; con el hotel de la otra noche en su esplendor. Y con el restaurante, al otro lado de la calle, donde celebraban sus bodas los notarios. Y los ricos de las capitales de comarca.

León, el teatro, la OJE, León viejo y nuevo. Y yo ahora por la ciudad, de noche, a solas; llovía. Cené cerca de la catedral, un hombre tocaba el acordeón en la calle Ancha. Decir melancolía, ahora, es innecesario. Volvieron otros León. De cuando niño visité la consulta del célebre doctor Calvo. De cuando pasé otra noche, triste y mucho más solitaria, en vísperas de ir al cuartel.

León, todos los que uno tiene. Y que no son tantos. El de unas jornadas culturales de 1990, cuando sorprendí a Pereira por la calle Ordoño y hablamos un rato. Y el de hace cuatro años, cuando celebramos al mismo Pereira, al que la muerte aguardaba tan pronto. León con sus ensanches abiertos y cordiales, con sus parques. León, el examen de la madurez del Preu. Y las chicas guapas, entonces tan inaccesibles. León, como si fuera Madrid, no sé.

Y esta noche del 6 de diciembre pasado, la lluvia fina. De agua y de tiempo. Me adentré por las calles estrechas. Pasé delante de la puerta de la casa de Gamoneda; me sorprendí del encanto siempre renovado de la calle que lleva a San Isidoro. Los cafés agradables, los adornos de la Navidad en la calle, como gigantescas bombillas con forma de renos, de estrellas.

León y yo caminante solo pero también feliz. Memoria que es hoy, no vale que sea otra cosa. Memoria de días más recientes, reveladores, intensos, en la ciudad gótica. León de un berciano que vive lejos. Pero yo me sentí cerca, me sentí dentro. Exactamente.

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