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León

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Andaba uno con la «L» aún en la espalda en esto del periodismo cuando me vi en un cara a cara con Antonio Viñayo. Le tenía que hacer una entrevista y en su despacho en San Isidoro donde se acumulaban cientos de libros y papeles saqué rápidamente mi grabadora y mis notas dispuesto a atacarle. Con un «espera un momento» dio paso a una conversación de casi una hora antes de dejarme encender la grabadora. Fue una charla muy afable, en la que me hizo reír en múltiples ocasiones con su sabiduría socarrona, porque como buen estratega quería saber cómo era su enemigo antes de iniciar la batalla.

Ese día salí convencido, como en otras ocasiones en las que me he visto en un cara a cara con personalidades de las de verdad, de que la sabiduría no sólo es compatible con la humildad sino que suelen ir de la mano.

Viñayo —como se le llamaba en León en su ausencia o don Antonio como se le citaba en su presencia— deja un legado cultural y patrimonial impresionante pero también la fortuna de ser un hombre querido por una inmensa mayoría, por los que nunca cayeron en el pecado capital de la envidia.

Su frase más repetida era aquella de que su verdadera vocación pasaba por ser «un cura de pueblo». No es el único al que se la he oído y curiosamente ha sido a curas cuya vocación les llegó de la mano del párroco de su pueblo aunque acabaron asentados en ciudades donde todo era muy distinto a lo que ellos habían pensado. El tesón de Viñayo consiguió que San Isidoro ocupase un lugar con mayúsculas en el panorama cultural e histórico no sólo de la ciudad de León. Fue su razón de vida, que complementaba sin roces su sacerdocio, y su legado es incuestionable.

El pasado jueves falleció con 90 años. Una dilatada vida de sabiduría en la que nunca perdió ese humor que se reflejaba perfectamente en el gesto de la foto que presidía su capilla ardiente y en la que parecía que mostraba un último guiño observando cómo una vez más se salía con la suya. Quizás muchos hubiesen esperado una despedida más pomposa y ruidosa. Pero por aquello de que León es como es y los leoneses tienen esa alma singular don Antonio emprendió su viaje sin ruido, con humildad, probablemente como él deseaba. Repasando todo lo ocurrido se evidencia que la sabiduría tiene mucho de antónimo con la soberbia.

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