Diario de León
Publicado por
Ara Antón. Escritora
León

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Don Antonio Viñayo ha cruzado El Umbral , y lo ha hecho sostenido no sólo por aquellos que lo amaban y respetaban, también, y sobre todo, por el Poder que siempre lo acompañó a lo largo de su fructífera existencia. La enfermedad, o simplemente el tiempo, lo alcanzaron como a todos los mortales, pero también ellos parecieron hacerlo con un cierto cuidado, procurando que sus padecimientos fueran los menores posibles, dentro de lo inevitable.

Se fue, o mejor, se lo llevaron, sin ruido, con la paz que él siempre supo transmitir a todos aquellos que lo conocimos y, por tanto, lo amamos. Y hasta dejó salir aquel humor socarrón que chispeaba su privilegiada inteligencia. Alguien le aconsejó que descansara, que durmiera, y él, consciente del fin, quitando preocupaciones y dolores, consiguió aún arrancar una sonrisa a los que lo acompañaban, contestando con gracejo: «Pero si no me dejáis». Se callaron y durmió, sin ruidos, sin aspavientos; dulcemente se apagó su respiración y se dejó llevar por los brazos que lo esperaban con el gozo de la bienvenida.

A partir del jueves día 13 de diciembre, los leoneses tenemos un ángel más que cuidará, como ya lo hizo en vida, de todos nosotros y de su amada basílica de San Isidoro. Y el Panteón de Reyes, donde tantas horas pasó ensimismado en sus reflexiones, estudios y oraciones, contará con un protector más que, junto a «mis infantas», como él me dijo en una ocasión, refiriéndose por supuesto a las princesas leonesas, velará porque una de nuestras más preciadas joyas se conserve y siga siendo patrimonio de todos los leoneses.

Se nos ha ido el padre acogedor y complaciente, dispuesto, a pesar de sus múltiples ocupaciones, a escuchar, aconsejar y consolar. Yo siempre lo sentí como tal y así lo denominé. Recuerdo que una amiga común, oyéndome hablarle, me dijo que nadie le llamaba «padre»; era simplemente «don Antonio». No entré en explicaciones; a veces es difícil expresar un sentimiento o una emoción. Callé, pero seguí dirigiéndome a él con el apelativo que más cerca está del alma de todos nosotros.

Digo que se nos ha ido porque nos será imposible verle de nuevo caminar, parsimonioso, por el edificio al que dio valor y que nos honra como leoneses, pero su espíritu ancho y poderoso quedará para siempre junto a aquello que amó, y para volver a escuchar su voz comprensiva y afectuosa o sentir su envolvente presencia, sólo tendremos que visitar la basílica y elevar nuestras golpeadas almas en una oración.

Descanse en paz, respetado y querido padre, y que su mano protectora siga extendida sobre esta ciudad y sus gentes, en unos momentos de grandes dificultades, necesitadas de verdaderos y desinteresados apoyos, como siempre fue el suyo.

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