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Publicado por
Telmo Díez Villarroel. Párroco de San Marcelo
León

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Querido Padre Dios: Por segunda vez te escribo en Navidad. Lo hago para desahogarme contigo, porque estoy muy preocupado. Tú me conoces y sabes que soy muy sensible a todo lo que se refiere a las relaciones de los hombres contigo, nuestro Dios y Salvador.

Las cosas aquí abajo no van nada bien, y no es aventurado decir que nos estamos olvidando de ti y dejando de lado tus divinos mandamientos y todo lo que nos ayuda a afianzar nuestros encuentros contigo, sobre todo la eucaristía y los sacramentos.

Este mundo; el católico, apostólico y romano, bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del E. Santo, miembro por eso mismo de una Iglesia que tu Hijo fundó para que en ella y por ella encontrara el camino hacia ti, anda estos días muy ocupado y preocupado en torno a la celebración de la Navidad. ¡Qué te voy a decir, si tú lo ves mejor que yo, porque nada de lo que aquí ocurre escapa a tu mirada!

Lo que me preocupa es que para muchos de estos tus hijos eso de Navidad ya poco o nada tiene que ver con la venida de tu Hijo al mundo para restablecer un orden nuevo en paz, en armonía y en amor contigo después de la ruptura nacida del pecado de nuestros primeros padres en el Paraíso. Para todos estos, y son muchos, la Navidad es tiempo de pasarlo bien, de comer y beber, de viajar, de echar una cana al aire, como decimos por aquí, de irse unos días a la playa, si el tiempo lo permite, o a la montaña, si la nieve no se retrasa: en definitiva, de dar al cuerpo lo que éste le pide, siempre, por cierto, insaciable. Para todos estos «su dios es el vientre» como ya decía el gran san Pablo a sus fieles de Filipo.

Otra parte de cristianos, tan hijos tuyos como los primeros, procuran mantener las apariencias de fieles seguidores tuyos, y hasta ponen un nacimiento en el saloncito de su casa, y reúnen a familiares y amigos para una opípara cena, y cantan villancicos al son de panderetas y zambombas. Pero ahí empieza y termina todo: habría que decir que celebran el banquete, pero no asisten a la boda de Cristo con la Humanidad, ni tienen en cuenta para nada el anacronismo que supone su jolgorio desmotivado con el nacimiento de tu Hijo en un portalón frío y destartalado. Eso de Belén, del pesebre, del buey y la mula, de los pastores cantando al son de sus rabeles y de los ángeles al de sus chirimías, de lo que algo han oído hablar, les suena a mitologías de otros tiempos y a cuentos de abuelitas para ayudar a sus revoltosos nietos a dormirse.

Aparco, para no caer en derrotismos alarmantes, problemas tan actuales y aberrantes como el aborto, la violencia de género, la drogadicción, la prostitución a todo pasto, los suicidios, el ateísmo práctico de nuestras generaciones más jóvenes etc. etc., que son camino abierto a todas las libertades atentatorias no sólo contra el espíritu del Evangelio sino contra la propia dignidad y racionalidad que es propia y exclusiva del ser humano frente a la pura animalidad del resto de los de su reino.

El resto, Señor, son esos grupos que todavía nos quedan y constituyen la esperanza de que los creyentes recuperemos la cordura y volvamos a las fuentes de nuestra fe para beber en ellas la verdad de un Dios, principio y fin de todas las cosas, que nos ama como todos los padres de la tierra juntos no pueden hacerlo, y que en Navidad revive y nos hace revivir el momento histórico y salvífico en que mandó a su Hijo al mundo para compartir con nosotros todo lo nuestro y llevarnos a compartir con él todo lo suyo. ¡Cuándo, Señor, llegaremos los humanos a entender que esto es así y que no hay otro camino para llegar a la paz y a la fraternidad entre nosotros y contigo! La estrella que guió a los Reyes Magos hasta el portal de Belén todavía no se ha apagado y sigue marcando para todos los hombres el camino que lleva a la felicidad temporal y eterna.

Ya ves, Señor, que el panorama no es nada consolador. Los tiempos modernos han dado entrada en nuestro mundo a otros dioses que empezaron por arrancar del paraíso el árbol de la ciencia del bien y del mal con lo que ya nada hay prohibido para las nuevas generaciones. El número de los seguidores de estos dioses se triplica y multiplica día a día y… «aquí paz y después…». Es muy posible, y soy consciente de ello, que el contenido de esta carta se filtre y pase a las páginas de nuestros diarios informativos para complacencia de algunos y para escándalo de otros. No me importa. Me llamarán pesimista, aguafiestas amargado o profeta de calamidades. La verdad es la verdad y, proclamarla, es un servicio al hombre. Paliarla, falsearla u ocultarla, por el contrario, siempre será un acto de cobardía y de connivencia con el espíritu del mal, que siempre busca un resquicio para dar salida al humo del infierno y poner una cortina al sol de la verdad que nos salva.

Los profetas de Israel no sólo tenían por misión hablar al pueblo de tus designios de paz y de amor para con él, sino la de levantar su voz contra los falsos profetas que, entonces como hoy, se vestían con piel de mansos corderillos para ocultar sus fauces de lobos rapaces y poder introducirse en el rebaño para hacer de las suyas.

Navidad es lo que es y no lo que el mundo quiere que sea y ya está siendo en buena parte. Navidad, Señor, eres Tú, tú que cada año cada día y hora del año naces y renaces en el corazón de cada hombre y mujer, de cada joven y niño que llamas con amor de padre a estar a tu lado, a experimentar lo largo, ancho y profundo de tu amor por todos y cada uno y a vivirlo en fraternidad. Esto es lo que tenemos que entender y comprender y vivir todos tus hijos, y celebrarlo, eso sí, cantando, bailando, comiendo y bebiendo y repitiendo una y mil veces aquello de « Gloria a Dios en el Cielo y en la Tierra paz a los hombres, amados de Dios»

Ya sé, Señor, que no te cuento nada nuevo, nada que tú no sepas. Por eso, Señor, perdona mi atrevimiento. El amor a ti y a mis hermanos, todos los hombres, me obliga a hacerlo.

Para terminar, sólo me queda pedirte una cosa. Te lo pido de corazón y de rodillas: ¡No nos dejes de tu mano!

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