Diario de León
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En vísperas de estas navidades y al relente de la tragedia del Madrid Arena el alcalde de la capital de la Costa del Sil difundió un edificante bando en el que prevenía a los hosteleros desaprensivos sobre las consecuencias de vender entradas para los tradicionales cotillones a los menores de 18 años en el caso de los de barra libre, y en términos generales a cualquier ciudadano menor de 16. No quisiera dudar sobre la buena voluntad del primer edil y pensar que el edicto municipal simplemente ha sido una buena manera de curarse en salud o de colocarse la venda —ojalá no haya ni la más mínima oportunidad— antes de la herida. Pero la realidad más próxima me incita a ser mal pensado.

Aunque el concejal encargado de Policía insista en que durante la última noche del año se intensificarán los controles para hacer realidad las pretensiones del bienintencionado bando del regidor, sólo tendría que haber apostado algunos agentes a las puertas de los locales dónde se venden las entradas de cotillón para comprobar que los compradores de los tíckets de barra libre poco tienen que ver con la tipología de edad que especifica el Ayuntamiento. Tal vez en pleno apogeo de la fiesta lo menos producente resulte una persecución policial extrema. Acaso los controles que se preveían, por complicado que parezca, debieran haberse anticipado en los centros de venta tras los que no siempre los hosteleros resultan especialmente colaboradores, ávidos de cerrar su último gran negocio en medio de una temporada horrible para sus cuentas.

Oigo al edil de Tráfico mientras leo un compendio de deliciosas anécdotas históricas que acaba de publicar, Javier Sanz, autor del mejor blog cultural. Y el bando se me asemeja a aquel que un alcalde de un pueblecito mexicano de Chiapas dictó en mitad de una gran sequía en el que advertía al «Supremo Hacedor» que si en ocho días no llovía nadie iría a misa, ni rezaría. Que si no lo hacía en ocho días más se quemarían capillas y rosarios y que si la cosa se prolongara, entonces los que irían a la pira serían monjas y frailes. Ni se conoce que lloviera, ni que el pueblo cumpliera el bando. Pues eso es lo que volverá a pasar esta Nochevieja: que el pueblo atenderá a los preceptos de este mandato mucho más racional como quien oye llover y los padres rezarán para que al menos los negociantes tengan la sensatez de respetar las normas de aforo y seguridad.

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