EL RINCÓN
La profecía del ministro
Luis de Guindos, ministro de Economía, ha cedido a la tentación de la profecía. Ha dicho que empezaremos a salir de la recesión antes de que termine el año. Allí donde tantos otros hablan de que se seguirá destruyendo empleo, el pronóstico parece un poco aventurado. No se le puede culpar por intentar transmitir un poco de esperanza en un momento en el que en las conversaciones de la gente se detecta pesadumbre y hasta tristeza y las encuestas dicen que tres de cada cuatro españoles opinan que en este año que estrenamos las cosas irán igual o peor. Los sondeos dicen más. Dicen que conservar el puesto de trabajo, aún a costa de aceptar congelaciones o recortes de sueldo, es la máxima aspiración de quienes tienen un empleo y encontrar uno es el sueño de todos cuantos lo han perdido o no consiguen su primer trabajo.
La emigración a países como Alemania o Chile es el paso que han dado ya un buen número de profesionales. Jóvenes y no tan jóvenes. Y no se van por falta de fe en las palabras del ministro de Guindos, la razón es más profunda. No acaban de ver cómo puede producirse el milagro de la reactivación de nuestra economía cuando resulta que, de momento, el único fruto de la reforma laboral es que está siendo la palanca para que cientos de empresas se deshagan de miles de trabajadores aprovechando los nuevos ( y más bajos ) costes de indemnización por despido.
El Gobierno Zapatero dejó cerca de cinco millones de parados. En el año que dejamos atrás, gobernando ya el PP, la cifra supera los cinco millones y medio. Si, pese al rescate multimillonario de las cajas con cargo a fondos europeos sigue sin fluir el crédito para las pymes, si uno de cada cuatro españoles en edad de trabajar está en el paro, si han subido los impuestos y también el precio de casi todos los servicios, ¿dé dónde extrae el ministro el optimismo que le lleva a pronosticar que a final de año va a cambiar el ciclo? Ojalá que acierte, pero tengo para mí que su profecía es fruto del voluntarismo ante la desazón que le invade al reflexionar acerca de la ingrata tarea que tiene por delante: anunciar más recortes y más impuestos a una sociedad que está harta de sacrificios y esperaba otra cosa, otras políticas, cuando hace una año decidió cambiar el color de los gestores de la cosa pública.