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MURO DE ÍSCAR
León

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El 42% de los jóvenes españoles de entre 18 y 24 años justifica el fraude fiscal por diversos motivos —»circunstancias de la vida personal o empresarial»— según un barómetro del Instituto de Estudios Fiscales. Y en una medida menor, pero también importante, los jóvenes, los que van a gobernar nuestra sociedad en pocos años, señalan que «el fraude es algo consustancial en los impuestos, todos tienden a hacerlo y de este modo se consigue un cierto equilibrio».

España es uno de los países con mayor fraude fiscal, «goza» de una economía sumergida que debe andar entre el 25 y el 30% del PIB, tiene una tradición de picaresca para engañar, evadir impuestos... y responsabilidades personales. Y me atrevería a decir que es la misma sociedad que no está dispuesta a rebajar la calidad de los servicios públicos. Ni mucho menos la gratuidad desde el nacimiento hasta la muerte: educación gratuita hasta la universidad, sanidad gratuita, buenas autopistas y autovías... sin peajes, servicios sociales de primera, atención a la dependencia... Pero, si es posible, sin pagar impuestos.

Es también la España en la que algunos políticos, elegidos bajo el manto de la Constitución, aseguran que no respetarán ni esa ley de leyes ni las otras que nos hemos dado democráticamente los españoles y que les obligan. O la España de los empresarios y políticos corruptos que nos han dejado agujeros que vamos a pagar todos los ciudadanos.

Son terribles faltas de civismo que no generan sentimientos paralelos de culpa y responsabilidad. Cuando los jóvenes ven normal defraudar a Hacienda, no pagar impuestos o que la corrupción sea algo consustancial a los impuestos o a la política, el termómetro de la ética salta por los aires. El índice de fracaso escolar, visto lo visto, no debería medir sólo la carencia de conocimientos de los estudiantes sino la falta de convicciones sociales, la ausencia de escrúpulos. Muchos jóvenes no sólo no quieren cambiar el mundo, como es su obligación, para hacerlo más justo, más solidario, sino que parecen estar a gusto con las corruptelas y dispuestos a perpetuarlas.

Y esto sólo se puede atacar desde la escuela. O enseñamos a los niños que hay que respetar y cuidar lo público, porque es de todos y no de cada uno; que hay que pagar impuestos para sostener el Estado del Bienestar; y que hay que ser honesto en la administración de los dineros de todos o, como dice el barómetro, vamos hacia una sociedad de defraudadores con carné.

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