EL BAILE DEL AHORCADO
Sonrisas
Érase un hombre a una sonrisa pegado, érase una sonrisa superlativa, érase una sonrisa sayón y escriba, érase un gato de Cheshire engafado... Ya me disculparán que, además de copiar a Quevedo, le cambie el verso, pero es que el protagonista del ahorcado no tiene barba, aunque le iría bien para completar la máscara que se emboza antes de enfrentarse al piélago del día a día. Y es que hay ocasiones en las que cambiar el gesto no está de más, que hay que poner en práctica eso de que lo poco agrada y lo mucho enfada, sobre todo cuando no te quitas la sonrisa ni para dar malas noticias.
Chirría lo mismo la media mueca del alcalde, por ejemplo, que el arco de medio punto con el que el consejero asienta el rostro en su vida pública, tanto, tanto que parece Lindo Pulgoso, tanto, tanto que la hipérbole se vuelve antífrasis y llega a empalagar.
La etiqueta no solo rige en el vestuario. La expresión también debe mudar para dar a cada actuación una sensibilidad proporcionada. Por ejemplo, si el 40% de la población las está pasando canutas, el rostro debe adoptar un cierto aire de gravedad. No se trata de parecer Don Rodrigo en la horca, pero la sobriedad no estaría de más. Digo esto por varios motivos. Hay que ser paisano de tus paisanos, que no parezca que te fumas un puro con la pobreza de los tuyos, y no hacer elocuencia utilizando un argumento doloso basado en la eficiencia de los recursos en lugar de en el bien común. Decir que dar dinero a la integración del AVE en Valladolid es lo fetén y que la lógica preside la supresión de la ‘sociedad leonesa’ es contar con la idiocia de los que te escuchan. ¿Para qué alimentar a un famélico cuando podemos seguir cebando al gordito? Si eso es todo lo que se puede aducir para disimular que no te importa hacer de sheriff de Nottingham, sería mejor acogerse a San Francisco de Sales (patrón de los sordos) y adoptar la santa virtud del silencio, que callado también se puede sonreir.
A esta retórica tan lúcida —que rápidamente (no esperaba menos) ha sido intertextualizada por Belén Martín Granizo— hay que unir la cosa de los bomberos. ¿Para qué tantos impuestos si nadie se pone de acuerdo a la hora de sacar la manguera?
Érase una sonrisísima infinita, muchísima sonrisa... y mientras, ay, el cadáver (léase aquí el del león) seguía muriendo.