Diario de León

ENRIQUE CIMAS

Barquito de papel (periodismo y fe)

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ENRIQUE CIMAS PERIODISTA
León

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Desde hace no sé cuantos años, vengo publicando una evocación entre literaria y analítica sobre los periodistas y el periodismo, y coincidente con la fiesta de San Francisco de Sales. Hay mucha tela que cortar en los dos aspectos: la situación de conjunto de la profesión periodística y sus contingencias, y la figura del santo obispo de Ginebra, doctor de la Iglesia y… periodista. En el apartado de lo profesional, porque, por ejemplo, el medio es la noticia, como dejó dicho Mc. Luhan, principal valedor del concepto de la aldea global. Precisamente recordando al maestro canadiense y respecto a estas particularidades mediáticas, el profesor Jorge Lozano manifestaba: «es aquí, en ese protagonismo del medio en donde la cuestión de la transmisión de información, lejos de ser banal se convierte en problema central». Yo, que no soy catedrático, advierto que la jerarquía comunicadora imaginada por Mc Luhan se cifra más en la seducción y hechizo de la imagen y el sonido de la TV, que en otros medios como la radio, o el papel impreso periódicamente. A nadie se le ocurre pensar, y mucho menos al inventor de la «aldea», que los sistemas de presentación de la noticia —por mucho que ésta haya sido aderezada— entrañen una escala superior a la del ente humano, que es quien ordena la emisión del mensaje.

Ha pasado mucha corriente renovadora bajo los puentes de la historia de la comunicación y sus derivados; desde el comienzo de la «era Gutenberg» (imprenta de caracteres manuales, más tarde fijos en las linotipias; la tipografía y la litografía, los estereotipos y el offset; el huecograbado y la serigrafía…) hasta llegar a la electrónica. Es decir, la informática al servicio de la comunicación. Pero por muy abundante que haya sido el caudal de los ríos innovadores, mucho más fecunda, eficaz, y hasta deslumbrante, ha resultado ser la capacidad de ingenio y formación del hombre que, en lo que respecta a la comunicación, además de comunicar, informa.

Podríamos decir que información complementa a comunicación, que es la que crea expectativas y plantea exigencias. Información es acción y efecto de informar (dar a alguien noticia de algo que, siendo cierto, evidenciaría «parentesco» con la fe, voz que por otra parte posee afinidades muy estrechas con certeza).

El papa Benedicto XVI nos ha dicho a los periodistas que «la fe cristiana tiene en común con la comunicación una estructura fundamental: el hecho de que el medio y el mensaje coinciden, porque el Hijo de Dios, el Verbo encarnado es, al mismo tiempo, mensaje de salvación (…) El mal que aqueja al mundo puede manifestarse en dos grandes poderes: el de las finanzas y el de los medios de comunicación, que, en sí mismos son buenos y útiles, aunque de ellos se pueda abusar. De entre los que usan y abusan de la posesión de espacios en algunos medios, los hay sistemáticamente enfrentados con la fe. El objetivo es claro: si se mina la moral y las costumbres tradicionales de los creyentes, si se apartan los valores que inspira la fe radicada en la familia, y si se desintegra ésta, se deshará la fe en Jesucristo».

Tanto le preocupaba (y ahora me refiero ya a san Francisco de Sales) la búsqueda de la verdad que ideó un procedimiento para la propagación del Mensaje de Cristo, seriamente hostigado por la herejía (Suiza, finales del XVI y principios del XVII). El procedimiento consistía en escribir —sobre la base de ideales de fraternidad y caridad— homilías y cartas pastorales dispuestas en cuadernillos que él mismo cosía. remataba la labor distribuyendo las hojas así dispuestas, como si de barquitos de papel se tratase, echándolas a navegar por las calles y hogares de Ginebra.

Sí; es vasta, dura, agridulce la tarea del periodista. Y que, en consonancia con el ejemplo de Francisco de Sales, ha de buscar la verdad hasta la extenuación; jugándose el tipo en medio de celadas, incomprensiones y desmentidos. ¡Qué de gritos en palabra impresa, o radiada, o televisada!, en medio de unos ecos siempre sordos. Todo por el afán sincero de toparse e identificarse con la verdad… No obstante, esa entereza deontológica no siempre fue puesta en práctica, porque algunos informadores —los menos— generalmente ajenos al entramado de la profesión como tal, están de paso en el periodismo. Son escurridizos y astutos. Y hasta consiguen ser incombustibles. No proyectan sombra que al prójimo beneficie, en caso de un excesivo calor ambiente; no asombrean, no, sino que asombran por su refinamiento en el descaro. A los que yo me refería anteriormente, es a compañeros que, día a día, salen a la calle a pulsar la temperatura social, política, laboral… O a los que escriben su crónica en la redacción para que su barquito de papel explique al lector cómo y cuando ocurrió —y por qué— lo que ocurrió verdaderamente.

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