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Ponferrada

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Ponferrada es una ciudad donde a la gente le cuesta dejarse fotografiar si hay que opinar del ex alcalde, Ismael Álvarez.

Ya lo era hace once años, cuando Álvarez dimitió por primera vez en medio de un aluvión de críticas socialistas, después de ser condenado por acoso sexual. Y seguramente lo seguirá siendo dentro de dos años más, cuando las urnas nos convoquen a todos para votar un nuevo alcalde. No es tiempo suficiente como para que desaparezca ese miedo.

Dice la escritora y periodista Noemí Sabugal, que ayer por la tarde presentaba en León su novela Al acecho , que la sospecha «es una flor salvaje que prende en cualquier suelo». Y está hablando de Madrid en 1936, «una ciudad llena de hombres con pistolas en los bolsillos».

En Ponferrada no llegamos a tanto. El tiempo nos ha vuelto más civilizados. Pero también vivimos entre sospechas.

Nadie quiere hablar más de la cuenta en la calle. No todos se atreven a decir lo que de verdad piensan en el PSOE. Y en un PP dividido, donde todos están al acecho, se impone lo políticamente correcto.

El día 8 de marzo —Día Internacional de la Mujer como bien se ha señalado— el Pleno del Ayuntamiento de Ponferrada votará una moción de censura pactada por el PSOE con Ismael Álvarez para desalojar del gobierno al popular Carlos López Riesco, que fue su delfín. Más de uno ya define el acuerdo como un pacto con el diablo. A alguno le parece una comparación exagerada. Otros siguen viendo en Álvarez, que ha prometido dimitir por segunda vez después del Pleno, una suerte de Maquiavelo, maestro de la conspiración. O un remedo del Conde de Montecristo, ejecutando su venganza.

A nadie se le escapa, sin embargo, que lo que está sucediendo estos días en Ponferrada es un buen ejemplo de aquella frase tan manida, pero tan cierta, que dice que la política hace extraños compañeros de cama.

Y hay otra frase, igual de manida, igual de cierta, que advierte; quien a hierro mata, a hierro muere. No hablo de espadas, claro. Como mucho me refiero al filo de los labios, que también son peligrosos en una ciudad donde demasiada gente se ha puesto en guardia.