Diario de León
Publicado por
ANTONIO PAPELL
León

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Hace dos semanas que el escándalo que se tramaba en Ponferrada estaba acordado y en los medios de comunicación. Las redes sociales -previnieron con gran prodigalidad la comisión de un intolerable pacto entre el Partido Socialista y una formación local, creada por el ex alcalde popular Ismael Álvarez cuando, después de condenado por acoso sexual, no fue admitido por su antiguo partido y quiso presentarse nuevamente a las elecciones. Inconcebiblemente, 6.000 personas le dieron su apoyo a pesar de todo, lo que le proporcionó cinco escaños, con los que ahora ha comerciado.

En términos políticos, el elemento de mayor gravedad en esta indecorosa pirueta es la actitud del PSOE mientras se tramaba aquella confabulación contra natura. Un alto cargo de Ferraz llegó a argumentar que la moción de censura era plausible porque serviría para expulsar del consistorio a un personaje como Álvarez. Sin ver que, objetivamente, el PSOE estaba intentando conseguir el poder ponferradino apoyándose en un personaje execrable, convertido en réprobo por su propio partido anterior tras haber cometido un delito especialmente repugnante.

Rubalcaba ha manifestado que no se enteró de lo que estaba pasando. Debió entonces confiar demasiado en su propio equipo, que fue el que dio su increíble asentimiento al disparate. Pero éste es uno de los casos en que el desconocimiento no salva de responsabilidad. Del mismo modo que la ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento, los errores de principio en un partido político no pueden ser disculpados por la falta de atención de quien los ha acogido formalmente. ¿Adónde estaba mirando Ferraz cuando este asunto transitaba provocativo por las página de los periódicos, por las tertulias y por los medios de internet? Naturalmente, los protagonistas del escándalo, los concejales socialistas de Ponferrada, han optado por abandonar el partido con tal de conseguir el estrellato, la ambición de su vida, el poder «municipal y espeso» (Machado), aunque para ello hayan debido corromperse ideológicamente.

En el PSOE actual no es, al parecer, inconcebible que sus cuadros ordenen por este orden sus preferencias: primero el poder, después los principios. Algo muy profundo debe cambiar en este partido desnortado, que ni siquiera es capaz, en medio de esta crisis, de engendrar en sus clientes potenciales el menor rayo de ilusión o de esperanza.

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