PANORAMA
No hay tantos enigmas
Dicen, desde dentro de la Iglesia, que hay tres cosas casi imposibles de saber: cuántas órdenes femeninas existen, cuánto dinero tiene el Vaticano y lo que piensa un jesuita. El nuevo Papa es jesuita y lo que piensa es tan difícil de conocer como lo sería del nuevo gerente de una multinacional o de un nuevo primer ministro. Lo que sí se sabe es lo que hace, y, si se sigue la máxima evangélica «por sus hechos los conoceréis» parece que el papa Francisco es austero en costumbres, morigerado en la vida cotidiana, y de relación social poco deslumbrante.
Lo deslumbrante es que viaje en autobús o en metro, o vaya andando a los sitios, y que prefiera el trato con los pobres a cenar con los ricos. Puede aducirse que millones de personas viajan en metro o en autobús, o viajamos, y que eso no despierta la admiración de nadie, y es algo común, pero lo extraordinario es que alguien renuncie a un automóvil oficial si puede disfrutar de él, o se haga la comida por sí mismo pudiendo encargarse de ello terceras personas, o viva en un modesto apartamento teniendo la posibilidad de habitar un palacete.
Lo revolucionario del nuevo Papa no es lo que piensa, sino lo que hace, porque en materia doctrinal es tan ortodoxo como cualquiera de los cardenales que le eligieron. Lo que le distancia de ellos, y puede que a sus colegas sea los que les haya atraído, es esa renuncia a las comodidades, y de la que ahora deberá prescindir, porque una cosa es asirte a la barra del vagón de metro, al lado de un clérigo de traje negro, y, otra, que causaría asombro, es que estés apretujado y de pie, junto al Papa.
Los enigmas no son tantos, y el puente entre Europa y América, o entre Italia y Argentina, era algo necesario para un continente que «contiene» casi a la mitad de los católicos. Pero que nadie se crea que, a partir de ahora, los curas se van a casar o que las parejas homosexuales llenen de gozo a los párrocos. Eso no es ningún enigma.