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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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Si alguien llama a nuestra puerta, lo que nos recomiendan es no abrir, ya que además de ser un pobre puede ser un extranjero. Para evitar cualquiera de esos dos peligros, el primer ministro británico, David Cameron, con un gran sentido de la anticipación, ha empezado a tomar medidas y va a restringir las ayudas por desempleo, la sanidad y la vivienda a todos los que sean de fuera, con especial preferencia a búlgaros y rumanos. Se trata de penalizar la indigencia, que además de una pena es una amenaza. Los foráneos van a considerarse forajidos y a los que no tienen casa se les exigirá una «prueba de residencia». Es la mejor manera de que se vayan con su hambre a otra parte y también la más imitable, aunque contradiga la política de movilidad que predica Bruselas.

El Eurogrupo no cree en una Europa donde quepan todos los europeos y Cameron es el espantapájaros que manda cada mochuelo a su olvido. Pronto será plagiado en otras naciones, porque nacionalistas tremebundos hay en todas partes. Incluso la señora Merkel, justificando el atraco a los bancos de Chipre, ha dicho que paguen sus responsabilidades «quienes contribuyeron a causar el problema». Y para eso nada mejor que hacer responsables a los pobres. Aunque tengan la misma apariencia que los comodados, son distintos y el odio a la diferencia está estudiado por los antropólogos, no únicamente por los políticos. Alvin Tofler cuenta un experimiento cruel que alguien hizo con unos pollitos recién nacidos.

Tiñó a uno de verde y el resto de los que la estaban piando sintió alarma y picotearon al intruso hasta matarlo.

No se llegará a tanto en los países de acogida. Bastará con hacerle imposible la comida a los que, en general, vinieron a encontrar comida y trabajo. La hospitalidad está malherida y no se lleva la recomendación de dar asilo al peregrino ni de tratar bien al huésped «por ruín que fuere». Eso era antes. Cuando convenía.

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