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Publicado por
manuel alcántara
León

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El género epistolar ha muerto y ahora lo que se lleva son los correos electrónicos, capaces de provocar calambres no solo a quienes los mandan sino a quienes los reciben. El ex socio de Urdangarin, Diego Torres, imputado en el ‘caso Nóos’, es un plusmarquista. Ha entregado más correos que Miguel Strogoff, el leal y sufrido correo del zar, que prefirió quedarse ciego a delatar lo que había visto con sus propios ojos. El señor Torres tiene una obsesión: implicar a la infanta Cristina en los nauseabundos negocios con los que el marido de esta se ha hecho más millonario de lo que era antes de contraer el sagrado vínculo, cuando jugaba, por cierto muy bien, al balonmano.

Ser yerno del Rey es una circunstancia y elevarla a la cateogría de cargo tiene su mérito. Los parientes cercanos son siempre insaciables y para ello, tengan la edad que tengan, un suegro poderoso es siempre un divino tesoro. El lindo don Diego Torres, exsocio del ávido Iñaki, sigue entregando correos y más correos electrónicos, hasta que se le fundan los plomos del real enchufe. ¿Quién puede estar al tanto de esa correspondencia sin que se le fundan los plomos? Decía el gran Pessoa que todas las cartas de amor son ridículas, pero que solo es ridículo quien nunca ha escrito una carta de amor. Las que intercambia con el juzgado el antiguo socio de Urdangarin solo tiene un objetivo: demostrar que la Casa Real conoció, amparó y favoreció los negocios del señor que llamamos durante una larga temporada duque de Palma

Hay que tener mucho cuidado con los socios. Exceptuando los matrimonios que se rompen, ningún acuerdo humano, cuando se rompe, acumula mayor rencor y más si hay dinero por medio y no deja espacio entre uno y otro

Quienes no tenían nada en común, ni siquiera pertenecer a la misma clase social y al mismo sexo, acaban tarifando. Y pasando sus tarifas. Al final las pagamos nosotros.

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