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Publicado por
José A. balboa de paz
León

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Como señalan las encuestas del CIS, la corrupción se ha convertido en una de las principales preocupaciones de los españoles, solo superada por el paro, cuyas cifras son alarmantes. La organización internacional Transparency, que recientemente ha publicado su índice mundial sobre corrupción, no es tan dura como lo somos nosotros mismos, pues en el ranking hay muchos países, entre ellos algunos europeos, aún más corruptos; pero no debe consolarnos, si acaso servirnos de acicate para no sucumbir ante ella.

La preocupación es lógica por los escándalos que sacuden diariamente los medios de comunicación, y porque muchos se refieren al mundo de la política, es decir, afectan directamente a lo público, que es donde más nos duele y más daño hace. Pero la corrupción, y creo que esto es lo preocupante, afecta a otros muchos ámbitos de la vida social española.

Corrupción es desvirtuar la naturaleza de una cosa (una institución, una actividad, una profesión) pervirtiendo sus fines. Toda actividad social, señala MacIntyre ( Tras la virtud , Crítica, 1987), busca alcanzar unos fines o bienes internos o propios, que son los que le dan sentido, y otros externos o secundarios, que sin darle sentido, se obtienen al llevarlos a cabo. Por ejemplo, la sanidad tiene por fin interno curar al enfermo, pero al hacer esto el médico gana dinero, prestigio, fama, etc. El fin de la política, lo que la legitima ante el ciudadano, es el bien común utilizando para ello bienes públicos. El político, igualmente, en el desempeño de su cargo, puede ganar dinero, reconocimiento y poder, pero ese no es el fin para el que ha sido elegido. La corrupción se produce cuando los que realizan una actividad social no valoran su bien interno sino que solo buscan el bien externo, valiéndose o instrumentalizando aquel.

Al margen de la legalidad o no de la corrupción, ésta es profundamente inmoral y lo más grave es que desmoraliza a la sociedad, desmoralización que alcanza su paroxismo cuando una mayoría social prefiere los fines externos a los internos en cualquier actividad (es decir, dinero, fama o poder), porque la desnaturaliza pervirtiendo los fines para la que fue creada. Esta es la situación de la política donde son tan frecuentes y tan escandalosos los casos de cohecho, nepotismo y uso de fondos públicos para provecho privado. Todos o casi todos los partidos se han visto envueltos en casos de corrupción; es difícil encontrar a alguno que, libre de ellos, pueda lanzar la primera piedra, aunque constantemente se acusen unos a otros con el tú más. El sistema de partidos, tal como se ha ido configurando en el siglo XX, está detrás de este incremento de la corrupción. Sin la reforma de este sistema es imposible acabar con la corrupción, y a más corrupción más desmoralización.

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