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camino gallego
León

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Toda la vida llevo pasando por la calle Pablo Flórez. Desde mi infancia en Ponce de León y luego en la antigua Escuela de Comercio donde estudié el Bachiller Elemental al hacerse del viejo caserón sede aneja del Juan del Enzina, en el que no cabíamos las niñas del «baby boom» de los años cincuenta.

Posteriormente, desde 1973 y hasta que en 1984 cambiamos de sede, con mi ir y venir cada jornada al Diario de León. Por eso conozco bien la calle, por la que me gusta pasar de vez en cuando, y sé que nunca se había arreglado a lo largo de toda mi vida. Tenía un firme estupendo a base de piedra pulida y argamasa, casi hormigón, que la hizo duradera hasta ahora. Porque a lo largo de seis décadas nunca tuvo que repararse, sino que las sucesivas acometidas y averías dejaron sus grietas y todas y cada una fueron una chapuza que casi terminó por hacerla intransitable. Y mira que tiene tránsito, aunque sólo sea de peatones, por los cinco centros de enseñanza que tienen fachadas a ella (no hay otra similar en toda la ciudad), pero al ser peatonal se fue olvidando y como tampoco hay muchos vecinos nadie le daba importancia y quienes pasan por ella sufrían en silencio las angostísimas aceras y la parcheadísima calzada.

Hora era de que se hayan acordado de ella, pero mucho me temo que el alquitrán no dure sesenta años, aunque sea con muchos parches.

También hay otros olvidos que llaman la atención. Por ejemplo, en el último tramo de la avenida de Nocedo, en la acera de los pares, hay un esanche con zona ajardinada y una ancha acera en la que se plantaron árboles alguna vez. De los siete sólo queda uno en pie, junto a seis huecos que no se ven porque las hierbas han crecido y ya son matojos de cuarenta centímetros de altura en algunos casos.

No estaría de más que se dieran una vuelta por allí los jardineros y repongan esos seis árboles, después de haber cortado los hierbajos que ahora llaman poderosamente la atención. Casi tanto como esas varas de un metro de altura, que no pueden confundirse con árboles y que se plantaron a la vera del Bernesga hacia Carbajal, en la última parte que hay urbanizada. Lo curioso es que han prendido y tienen hojitas, pero hasta un bebé podría tronzarlos, dada su endeblez. Creo que no deben plantarse semejantes varitas, porque si los vándalos destrozan otros más fuertes, éstos no resisten ni un balonazo.