Jaime Lobo Asenjo
Rubalcaba y el Senado
Juzgo imposible descubrir las cosas sin ofender a muchos» (Maquiavelo). El señor Pérez Rubalcaba, lo mismo propone que salgan de la circulación los billetes de 500 euros que presenta una propuesta, mitad supresión mitad sustitución, del Senado para convertirlo en un órgano de coordinación o Consejo Federal como él lo denomina, integrado por 90 miembros (o miembras que diría Aído) designados por los gobiernos autonómicos. Es el Senado, nos guste o no, una institución fundamental del Estado, pero hemos de reconocer, que no goza en la estimación de la opinión publica de una alta valoración, no es pues de extrañar que existan proyectos para su reforma.
Los proyectos de lo que debe ser la Camara Alta, han sido una constante en la historia del constitucionalismo español, así fue en el siglo XIX, cuando ni conservadores ni progresistas (como ahora) fueron capaces de ponerse de acuerdo para formular una reforma convincente. El hecho es, que desde hace años se viene hablando de forma recurrente de la reforma del Senado y a quienes por razones de edad hemos sido testigos e incluso protagonistas de varias «reformas» de diferente índole (incluida la de los pinganillos), se nos debe consentir un cierto escepticismo.
Cierto, insisto, que nuestro Senado requiere una reforma, pero que no sea un pretexto para reformar la Constitución, sin recuperar el consenso. Rubalcaba, lo que pretende, no es una reforma del Senado lo que propone, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, es un cambio en el modelo de Estado. Propone claramente un Estado Federal con un órgano nada democrático, ya que sus integrantes serían designados, no elegidos; nada representativo ya que sus miembros saldrían de altos cargos autonómicos no elegidos. ¿Se parece esto a una Cámara democrática? Creo que no, más bien se parece, solo que peor, al Consejo de Movimiento o la cámara corporativa de la Dictadura de Primo de Rivera.
El principal problema a resolver y que lastra la credibilidad y peso politico del Senado, es la subordinación de éste al Congreso, como consecuencia del bicameralismo imperfecto que establece la Constitución, que lo convierte en cámara de segunda lectura. Derivado de este principio, a mi modo de ver erróneo, la preponderancia del Congreso en la elaboración de la leyes. El Senado, por ejemplo, no interviene en la ratificacion de los decretos ley, y su papel en la elaboración de los Presupuestos del Estado (la ley más importante), es en multitud de ocasiones kafkiana. Por ello, debería ser objeto de una reforma la eliminación de este bicameralismo imperfecto y desigual, dando idéntico peso a ambas cámaras estableciendo un sistema de resolución de discrepancia.
Para terminar, citaré otras tres causas que hacen parecer al Senado una cámara subordinada. El Senado no interviene en la investidura del presidente del Gobierno. Creo que esta elección debería corresponder a las Cortes Generales, Congreso y Senado. Lo mismo ocurre con la incapacidad del Senado para presentar mociones de censura y confianza. Y en cuanto a la relación de la Cámara Alta, como Cámara Territorial, con las autonomías, la solución podría estar, en dotar a la Comisión General de las Comunidades Autonomas, residencia actualmente en el Senado, de mayores facultades legislativas. Y en el numero de senadores, tema muy discutible, podría bastar con 67 (1 por provincia y 1 por autonomía), elegidos por sufragio universal. No basta pues, como hace Rubalcaba, con presentar una reforma que fulmina el Senado, institucional tradicional en el constitucionalismo español, que sí merece una puesta a punto dentro del sistema instaurado en 1978.