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León

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Nos entretenían con la banda ancha de los alsas a la demanda, la tedeté con el paquete de la multinacional catalana, la telefónica sin cobertura, la biomasa de Belorado y los baches sin asfalto cuando el niño gritó fuego. Sólo nos faltaba que en ciernes de san Isidro, tan leonés y labriego, tan festivo y etnográfico, hubiera que ponerse a contar hectáreas carbonizadas como si se tratara de la víspera de nuestra señora de agosto, con la banda de forajidos con trastorno encubierto que se dedican cada año a hacer cisco del roble, tea del pino, desierto en la urz.

Una cerilla entre veinte grados basta para poner en órbita un bosque entero en menos tiempo de lo que emplea un helicóptero en el trayecto de Valladolid a este lado de la civilización; como para que no arda el monte. La Sobarriba, supra ripa, que era Sobarriba antes de los visigodos hasta que Gamoneda se elevó con el caso Cervantes y le dio por llamarla meseta, tiene ahora por límite norte una trinchera ennegrecida que se formó con llamas a sus anchas, y un desastre voceado con un tornado de humo escandaloso que salió en primer plano del retrato que cada día remite el satélite.

El alcalde de Valdefresno está ronco de lo que clamó por la UME, para al menos aflojar el acongojo de los vecinos con la lumbre al pie de la casa. Ni ese ruido de llamas ablandó a quien tiene la potestad para activar una situación de emergencia, que pasó de amenaza a evidencia cuando se asomó a las ventanillas de los coches que circulaban entre León y Boñar más allá del Portillín (excusamos carretera Santander para no despistar al 112 con algún paraje entre Burgos y Cantabria, que no sería la primera vez).

Datos para tener en cuenta con un verano por venir y un monte bravío, abandonado y con piornales a la altura de los cables de alta tensión; con más de un millón de hectáreas forestales no hay cristiano que se crea que si los medios están a más de ciento cincuenta kilómetros es por otra razón que no sea la de la política. El fuego alimenta sueños dementes que desatan iluminados con voz interior que los hace señores de una misión. El fuego es indomable. Frotas un mechero a mediodía y a media noche aúlla como los lobos; extraña que lo ignore el que se resistió a llamar a la UME a las dos de la tarde. Habría sometido a la columna de humo; y ésta, se habría dedicado a las preferentes de la caja. Otra lobada.

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