Diario de León

Publicado por
Isidoro Álvarez Sacristán Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación
León

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Aunque administrativamente nos situemos en el conjunto de Castilla, no por ello debemos de dejarnos de llamar Reino, porque ¿qué quiere decir eso de comunidades históricas para referirse a provincias recientes de la periferia? Nunca he entendido muy bien que los intelectuales e historiadores actuales sigan llamando comunidades históricas, por ejemplo, a Andalucía y a Cataluña, y que pidan dinero al Estado —a todos— como «deuda histórica». Nadie ha explicado qué es eso de la deuda y a qué historia se refieren. Y los leoneses nos sentimos tan campantes y admitimos que se nos usurpe la historia de España, así sin más, porque lo dicen unos políticos advenedizos, quizás amparados por la algarada callejera de acoso a los políticos o a las instituciones. Pues miren, nuestros reyes de León ya dijeron —y juraron— «que ni yo ni otro vaya a casa de alguno le haga algún daño en ella o en su heredad y si lo hiciere pague el daño doblado al dueño (…) y nueve veces el daño que la hizo...».

Ahora, ni se recuerda aquel decreto, ni se cumplen las normas, ni se respeta a las instituciones. Qué es sino que en cada algarada se ondeen banderas republicanas, bajo al arcaico sistema de que se quiere un cambio de régimen. El que hay ahora es el que se votó en la Constitución de 1978 y no es de recibo que —como se ha dicho— cada generación debe de votar su propio sistema. Los regímenes democráticos no funcionan así. Las constituciones no se rigen por los vaivenes de la ideología . La de USA, por ejemplo —con sus correspondientes enmiendas— lleva más de dos siglos en vigor y funciona perfectamente. El argumento de las izquierdas de que en el mundo moderno no es posible le heredad de sangre, cae por su propio peso al mirar a sus correligionarios de Corea del Norte —Kin II Sun, padre y su hijo siguiente mandatario Kim Jong-il— o la tan admirada por los comunistas españoles; la Cuba de Fidel Castro y de hermano de sangre Raúl.

Es cierto que cada vez son más las banderas republicanas y se ha visto a mandatarios políticos y sindicales desfilar delante de la bandera tricolor. No han leído nada de la historia de la segunda república ni los avatares de aquellas época (recomiendo Historia Secreta de la Segunda República ). Porque era una república sin republicanos, como argumentaba Calvo Sotelo: «Ellos han dicho aquí y fuera que no quieren la República como fin, sino para implantar la revolución social» (Como es sabido el jefe de la oposición fue fusilado por la policía socialista).

Por eso quienes pretenden el cambio de la Monarquía por la República no lo desean para mejorar la realidad social sino como cauce de la revolución: esa es en realidad la algarada de la calle. Ni siquiera aceptaron la transición de 1978 con buen grado sino como mal menor de conseguir una «ruptura-pactada» (como comenta Elías Diáz en La Transición democrática española , 777; añadiendo que «desde la ideología constitucional de la izquierda radical se niega a nuestra ley fundamental toda, o casi toda, posibilidad de interpretación progresista»).

Pero es que, además, la Corona está rodeada de situaciones antimonárquicas y, entre ellas, las personales, a saber: es imposible que desde una institución cual es la Jefatura del Estado esté tan ayuna de una asesoramiento de tal naturaleza que hubiera impedido las actividades —presuntamente— irregulares de los familiares del Rey; también parece imposible que no se asesorara al Jefe del Estado cuáles eran los momentos oportunos para la actividad lúdica o cinegética; y extraña en gran medida que se hubieran nombrado a personas para ser miembros del Tribunal Constitucional a quienes a los pocos meses van a liderar los grupos del planteamiento secesionista de Cataluña, o quien es nombrado por el Rey y presida uno de los poderes del Estado se declare republicano ( El Mundo 19 marzo 2013, pg.12) y como Poder Judicial presida éste en que los jueces han de dictar las sentencia en nombre del Rey.

No es cierto que el Rey no gobierne. Nadie alude a las misiones fundamentales que le concede el artículo 56 de la Constitución, cual es la de que «arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones» y, además, «respetar los derechos de los ciudadanos y de las comunidades autónomas». En alguna ocasión se intentó la mediación del rey —como árbitro— entre el Tribunal Constitucional y el Tribunal Supremo (creo no llegó a producirse). Es una misión muy importante y una labor que es suficiente como para tener una Corona permanente.

Es sabido en Derecho que la mediación no decide entre las partes, pero sí lo hace el arbitraje y, sobre todo, la moderación a la hora de dirimir diferencias. En el mundo actual en España, tendrá el Rey una labor suficiente si quiere hacer uso de las prerrogativas que le concede la Constitución —moderar las autonomías, arbitrar los partidos, etc.—. No soy yo quien deba de dar consejos pero si alertar que el acosos de los lábaros de la república deben de combatirse con las ideas y la puesta en práctica de lo que se establece en la Constitución y de esta manera se cumplirá aquella teoría de Unamuno de que «se libertará a los buenos reyes de la malos pueblos», refiriéndose a las convicciones republicanas. En definitiva el republicanismo de hoy, que está impregnado de izquierdismo, no nos podrá quitar el rey de nuestro Reino de León.

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