En busca del prestigio perdido

Los bancos y las cajas más o menos destempladas tendrán que realizar provisiones extraordinarias. Las que había se las han comido y ahora hacen falta 10.000 millones de euros más para cumplir los requerimientos del Banco de España. A primera vista parece imposible y por eso es mejor cerrar los ojos, pero más difícil todavía es lo que se le pide al Rey, además de que impulse un pacto anticrisis. El 82% de los ciudadanos cree que debe recuperar el prestigio de la institución monárquica, tan autolesionada últimamente.

Casi en la misma proporción, la gente opina que la desimputación de la infanta no ha sido un acierto y que la Justicia no es igual para todos, ya que si lo fuera sería una casualidad excesiva, porque somos muchos. Pero a lo que iba: ¿Cómo se recupera el prestigio perdido? La palabra prestigio, que significa fascinación o ilusión con la que se impresiona a algunos, tiene en los diccionarios etimológicos una mala biografía.

En tiempos se usó como «juego de manos» y su raíz viene de engaño. De ahí que prestigioso y prestidigitador, en ocasiones, puedan ser palabras sinónimas, por lo menos hasta que los espectadores se den cuenta del truco y dejen de pagar la entrada al curioso espectáculo.

Cuando yo era niño, allá por el Antiguo Testamento, vino a Málaga un Hércules de barraca, que doblaba sin aparente esfuerzo unas barras de hierro. Se ponía muy colorado al hacerlo y apretaba mucho los dientes.

Ya entrada la noche y sin duda para ayudar a la organización, un hombre que trabajaba en el puerto, cuando no había nadie en la carpa, volvía a poner derechos aquellos hierros sin que le aplaudiera nadie. De ahí mi escepticismo relativo, ya que según Ramón Gómez de la Serna, al escepticismo verdadero solo se llega cuando dudamos si esta palabra se escribe con equis. No obstante, el número de seguidores de la doctrina ha aumentado considerablemente. Unos creen que la verdad no existe y otros, que no han tenido el gusto de conocerla.