Diario de León
León

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Algo falla en un país, llámase España, cuando dentro de su territorio una familia no consigue sin mayores complicaciones que sus hijos sean educados en el primer idioma oficial de ese Estado: el español.

Y algo ocurre si, con un sistema educativo siempre abierto en canal y con unos datos que constatan su deterioro permanente, el debate y las acciones de los partidos se centran en cómo deben aplicarse las lenguas en determinados territorios del país, o incluso en cómo deben articularse las marías como Educación para la Ciudadanía o Religión. Si el debate generado, entre unos y otros y los de más allá, sobre cómo debe arreglarse la educación para frenar esa caída literal por el precipicio que está sufriendo se centra en campos tan importantes como esos quiere decir que al final sólo preocupan las fórmulas para adoctrinar.

Y algo ocurre si se ve como fuera de lo común o lo legítimo que los presidentes de unas comunidades autónomas se muestren críticos hacia un Gobierno central —aunque pertenezca a sus propias siglas— que negocia privilegios para unos pocos.

Y curiosamente todos estos problemas se centran en los mismos, en una minoría dentro del conjunto de España que ha conseguido durante las últimas décadas imponer sus criterios y, lo que es peor, el reparto de la hucha a su antojo. Son esos que ahora hablan del «derecho a decidir» cuando en realidad tienen perfectamente decidido lo que quieren hacer.

Mirando el mapa puede parecer que todo esto nos queda muy lejano pero en realidad, en el día a día, está demasiado cerca y es un problema grave porque de esos repartos asimétricos y demás fábulas vienen hoy las limitaciones económicas de las comunidades de segunda, y que se plasman directamente en forma de dinero para pagar servicios o infraestructuras.

Es verdad que el actual gobierno catalán paga platos rotos de aquellas aventuras de cuando se «abrieron los melones» pero no es de recibo que se vea premiado quien no ha cumplido con los deberes. A uno le agrada oír alguna voz discordante desde esta tierra por aquello de gritar que aquí también somos «hijos de Dios», que dicen las abuelas, porque lo que está claro es que de los silencios borreguistas que hemos visto hasta la saciedad en nuestros políticos no hemos sacado nada en claro. Y lo peor es que el sistema premia a los pelotas y a los cobardes.

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