HOJAS DE CHOPO
Inmoralidad
Si somos sinceros, y la objetividad pocas veces engaña, el panorama que se dibuja sobre nuestra realidad es muy duro. Como suena y un poco más, sin eufemismos al uso. Las cosas están muy mal, se repite por todas las esquinas como un estribillo, a pesar de que se moleste el señor González Pons, al que, bienaventurado él, las cosas parecen irle muy bien. Quien le ha oído y quien le oye… Hasta, si quiere, saludamos a ritmo de muñeira el paso alegre de la paz (económica, por supuesto) o nos adherimos a razones teológicas para explicar la causa de esta crisis, según agudeza y perspicacia del ínclito Rouco, tan modosito siempre. El mundo está al revés, dicen unos, y otros y unos pretenden explicarlo al revés. Pura cuestión física de la gravedad, aderezada con la sal y pimienta del sol que más calienta y tarda en llegar. El invierno es largo y frío.
En la escena de este panorama, las noticias del pelotón, categoría que Crémer elevó a costumbre y uso, nos proponen el nombre de un joven brasileño, Neymar da Silva, «Neymar». Aunque la noticia venía calentándose en el horno de las sospechas, con las consiguientes disputas entre los dos clásicos colores del fútbol patrio, sólo ahora parece concretarse de forma definitiva. La cita, la próxima semana. La culpa, cuarenta milloncetes de euros. Una ganga. Se especula en los mentideros generalmente bien informados de lo deportivo que, entre calderillas para el club de origen, familiares del jugador y no sé cuántos intríngulis más, la temperatura monetaria puede superar los ciento veinte millones. O sea, tres gangas. ¿Qué es eso, se pregunta el sanedrín del conformismo activo, comparado con la inmensidad del océano?
A uno, que, por supuesto, no forma parte de este sanedrín, simplemente le parece una inmoralidad. Una tremenda in-mo-ra-li-dad. Un insulto. Una enorme patada en las partes blandas de la sensibilidad social, que tiene tantos frentes abiertos y la mayor parte de difícil recorrido. No es demagogia. Ni sensiblería. Pregunte el escéptico en la calle, pregunta también por los precios de las entradas que dificultan el acceso al entretenimiento para pagar estos caprichos megalómanos y posiblemente maniqueos. Quién sabe, cuando la cinta gira y gira y nadie se atreve, o no quiere detenerla.
Los argumentos superan el manido recurso a lo privado. Léase: subvenciones, seguridad, deudas al Estado, mantenimiento… El escéptico de estos lares puede concretar esas partidas en la capital de la provincia. Por no hablar de los precios multimillonarios de dos campos –uno parece poco-, que se han sometido a las reglas de la exclusividad.
Lo dicho. Una ruina y dos vergüenzas. Y es que servidor, aficionado al pelotón de nuestros amores, desea que su ejercicio transcurra también por los cauces de la normalidad, la transparencia y la sensatez. ¿Es mucho pedir?