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LA VELETA

A propósito del coraje intelectual

Publicado por
carlos carnicero
León

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Una de las grandes decepciones de nuestro tiempo se produce cuando alguien a quien admiramos da señales de contradicción entre su discurso público y sus conductas personales. Predicar no es lo mismo que dar trigo. Tengo nombres en la cabeza pero prefiero que ustedes los deduzcan.

Establezcamos los parámetros de esta reflexión: ni la meritocracia ni la valentía son valores en alza; todo lo contrario. Ser sumiso permite sobrevivir económicamente con más soltura. Y los valores profesionales y personales no cotizan en la bolsa de valores de las empresas e instituciones. La política y también el periodismo reflejan con claridad esta realidad.

El miedo es el gran enemigo de la libertad. La única condición de sobrevivir con el miedo es tener el arrojo de superarlo. La crisis sobrevive en los términos actuales, con sus recetas impostadas, gracias al miedo. Miedo a lo que se puede perder y miedo a no poder recuperarlo. Cada día observamos la falta de valentía de muchos de quienes nos rodean. Ni siquiera se atreven a hacer un gesto discreto de solidaridad con el débil. El miedo lleva a la paranoia de que los pensamientos más íntimos también pueden ser descubiertos.

Desconfío sistemáticamente de quienes tienen más llena la cartera. Probablemente han conseguido su estatus con rendición; y una vez sometido las siguientes veces son mucho más fáciles: los mecanismos de autojustificación son empleados hasta por los más conspicuos criminales.

El compromiso intelectual es siempre un acto de coraje porque obliga a navegar frente a muchas corrientes establecidas.

Hay un ejercicio maravilloso para descubrir a los impostores. Observar con atención a muchos líderes morales de esta sociedad. Progresistas de cara a la galería y conservadores en sus actos personales. Cuando se produce la encrucijada de tener que pronunciarse contra los que les han proporcionado su estatus, las más de las veces se arrugan, disimulan y deciden conservar sus posiciones. Estos especímenes tramposos son especialmente gratificados pos sus propietarios porque saben que el valor ejemplarizante de su rebeldía les dejaría sin la coartada de los presuntos virtuosos que necesitan para justificar sus tropelías.

La cobardía no se penaliza porque se justifica en la necesidad de sobrevivir. No se trata solo de dinero y estatus; no estar en la cima es síntoma social de fracaso. No salirse del foco es una exigencia para el éxito.

Todavía no han descubierto estos defraudadores de las emociones ajenas que la soledad, el compromiso y el coraje proporciona el mayor de los tesoros: la conformidad con uno mismo. Estoy seguro de que la recompensa al coraje se produce más tarde que nunca.