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Publicado por
José Reñones Díaz
León

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Parece que, desde el big-bang para acá, todo se mueve, nada es estable, pero buscando siempre un equilibrio dinámico en el devenir de los tiempos. El Universo se expande, al parecer de momento, sin límites. Las estrellas asumen sus procesos de cambios vitales en miles de millones de años. Los planetas también desarrollan sus ciclos de cambios permanentes en periodos millonarios y su nacimiento y final dependen de cataclismos externos o internos. El nuestro, sin ir más lejos, la Tierra, está sujeto desde su inicio, a tremendas fuerzas, desde su núcleo hasta su atmósfera, incluyendo, cómo no, la tremenda y continuada acción devastadora y desestabilizadora que desde hace miles de años y en sentido exponencialmente negativo realiza el ser humano. Y es que éste, tanto a nivel individual como a nivel social concebido como especie, también mantiene esa búsqueda de equilibrios dinámicos en sus continuados y permanentes ciclos vitales.

Del primitivo continente único surgido en la formación de este planeta, y, por efecto de esas fuerzas intrínsecas, derivaron otros cinco, los actuales, en un largo proceso de miles de millones de años. Y, a su vez, dentro de cada uno de ellos, las partes territoriales que parecían no encontrarse a gusto, se fueron separando paulatinamente como auténticas balsas de piedra; pongamos por caso a India que se separó de África para incorporarse al continente de Asia, dejando su impronta con la formación de una nueva y colosal cordillera. Deserciones y cambios como ese se siguen y seguirán produciéndose en toda la corteza terrestre en esa, que parece ser una ley natural, de la búsqueda del equilibrio. Así lo observaron ya los antiguos con aquél «nada es, todo cambia» y los más recientes con «la vida es movimiento», sin olvidar en el intermedio a quien sentenció aquello de «… y, sin embargo, se mueve».

Si esto sucede en el Cosmos y en la misma Naturaleza que, como una madre, nos parió y siempre nos ha cuidado dándonos alojamiento y sustento, lo mismo ocurre con todos los seres vivos, vegetales, animales y, por supuesto, la especie humana. A nivel individual como social buscamos en todo momento el hábitat que mejor nos conviene para conseguir o mantener el equilibrio que nos resulta imprescindible para nuestra supervivencia. La selección y la herencia nos vienen ayudando a este fin; y la problemática que nos llega o la buscamos nos permite seguir desarrollando nuestro cerebro que, a fin de cuentas, es el que nos dirige básicamente hacia el progreso y equilibrio. Hechos, situaciones y pensamientos conducen nuestra experiencia. Y, en definitiva, Historia y Experiencia componen todo nuestro Universo, pero solo el Conocimiento supone el Progreso Humano.

Así pues, la mente humana nos ha ido aproximando unos a otros desde los inicios, conformando paulatinamente sociedades con cada vez mayor número de individuos a medida que, por doquier, en todo el Planeta, nos íbamos multiplicando. Familias, tribus, clanes, pueblos, ciudades, naciones, imperios, han ido superándose en búsqueda del mejor acomodo, seguridad y alimentos. Las fricciones existenciales y vitales entre ellos han venido conformando esa dinámica que altera o reconduce al que cada sociedad considera un mejor equilibrio existencial, también en orden a sus modos de vida, a sus culturas y a sus valores.

Las religiones siempre han venido condicionando, cuando no definiendo, en países o, incluso, civilizaciones enteras, en esos aspectos. Y las formas políticas han experimentado continuos cambios en orden a conseguir el mejor estatus de cada uno y del conjunto de los individuos en toda sociedad; si bien, al día de hoy y de futuro, en las sociedades más avanzadas se tiende a desarrollarse, consolidarse y expandirse la Democracia, con las religiones cada vez más al margen, como un concepto superado. «Dios ha muerto», «la religión es lo más infantil del ser humano».

Por todas las geografías de la Tierra se han ido sucediendo en el tiempo multitud de pueblos, imperios y culturas. Europa siempre fue uno de los territorios más movidos por la propia dinámica expansiva de cada uno de aquéllos. Y nuestra Península ha sufrido su particular trasiego a lo largo de toda su historia, en buena medida por la importancia de su situación geográfica.

Por sus primitivos pobladores, los íberos, se la conoció como Iberia; luego, las expansiones de diferentes pueblos nórdicos y centroeuropeos, nos trajeron a celtas, suevos, vándalos, alanos, vascones, lusitanos, etc., que fueron sucediéndose o coexistiendo al instalarse en diferentes partes del territorio peninsular. Mayor importancia tuvo por su enorme legado la invasión de los romanos que, por su lengua latina, dio nombre a Hispania. Los visigodos, cristianizados, y el posterior paso longevo de los musulmanes y almohades, que también dejó una enorme huella cultural, dio origen a lo que se conoce como Reconquista de todos los territorios ocupados por los pueblos aborígenes y cristianos. Especialmente importante en ese tránsito fue la conformación inicial del reino de León que, junto con el de Portugal, Castilla, Aragón, etc. definieron el tablero de partida para la ulterior unificación política de toda la Península.

Portugal, sin embargo, anduvo lista, y, en seguida, recuperó su independencia siguiendo su propio camino imperial. Y fue Castilla, los ‘castillanos’, los que tomaron las riendas políticas del resto del territorio peninsular, y, a base de continuas guerras con la cruz-espada y mediante sucesivas fusiones y maridajes, acabaron forjando su propio imperio interior; que, por su idioma castellano, tomó el nombre de España. Luego vinieron otras conquistas, allende los mares, con la formación de otro imperio exterior en los distintos continentes, sobre todo, el americano.

Unos siglos después, debilitado el primero por las guerras en Europa y la invasión francesa, aprovechó el segundo para lograr también su independencia en múltiples naciones, dejando de nuevo a España, en un par de siglos, casi sola en su territorio peninsular. Situación que, a su vez, duró poco, pues una nueva potencia, surgida en Norteamérica e independizada de Inglaterra, los Estados Unidos de América, se adueñó de medio mundo tras las dos guerras mundiales del último siglo. Así, esta España, colonizada por los ‘usanos’ a nivel militar (bases) y económico (empresas multinacionales), pasó a ser, por su idioma inglés, Spain.

Y, finalmente, al recuperarse Europa e ir conformándose en una competitiva potencia conjunta económica y financiera, la UE, los ‘UEsos’, han determinado hacer con nosotros su SPA al servicio de los países más ricos e industrializados, en suma, más desarrollados.

De nada ha servido que nuestros políticos socialistas hayan tratado de hacer y mantener este país con múltiples servicios públicos propios de la economía de bienestar, SP, porque en seguida han regresado los otros, los (im)populares para quitarnos y privatizar todos aquellos servicios como sanidad, educación, etc. Y, así, nos están dejando en la nada…

En este estado de cosas no es de extrañar que Cataluña, País Vasco, etc. deseen separarse y recuperar la identidad y equilibrio con su independencia; que también León quiera separarse, por lo mismo, de Castilla; que nuestros hijos tengan que emigrar como nuestros más recientes antepasados; y que muchos tengamos que volver a marchar de nuestros pueblos. En definitiva, el imperio interior se desmorona… «Ser o no ser».