Diario de León
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ARA ANTÓN ESCRITORA
León

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Sé que no debería escribir esto porque alguien habrá que me tache de resentida, y eso, junto a «facha» y «antipatriota», es lo peor que te pueden llamar, pero tengo que decirlo porque si no, como dice una buena amiga, me broto.

He leído en prensa que Carmen Bazán, la ínclita madre del por demás culto e im-presionante extorero, o torero, o cantante —no sé muy bien— Jesulín, ha escrito un libro. Y no es que la buena señora no tenga derecho a escribir —¿escribir?— que lo tiene, por supuesto, lo que me asombra es que haya encontrado quién se lo publique, porque ahora, ¿sabe usted?, las editoriales no están en condiciones económicas de publicar nada y «su manuscrito no está dentro de nuestra línea editorial», dicen, aunque lo que realmente quieren decir es: «No deseamos publicar aquello que no esté respaldado por el escándalo, la popularidad, el amiguismo, o... que la ‘autora’ sea la madre de un torero». Y eso es lo único que les importa, salvo honrosas excepciones, que seguramente se darán. ¿Qué se puede contar en ese libro que no se haya dicho ya mil veces en los programas televisivos que alimentan el espíritu menguado y renqueante de millones de españolitos, a los que, a falta de pan y circo, se les nutre con bimbo y cotilleo?

Bueno, he de reconocer que no es todo comadreo; también invertimos en fútbol que, a falta de apasionarnos por gladiadores, porque eso de la sangre pues... En fin, que pagamos cincuenta y siete millones de euros por un jugador de nombre Neymar, o algo así —los clubes adeudan a Hacienda 752 millones—, y echamos a una científica, Ángels Sierra, eminente investigadora de la lucha contra el cáncer de mama, por ahorrarnos cuarenta mil euros al año. No me negarán que la carambola es brillante. Los necios se olvidan, siguiendo las evoluciones de un balón, de que no tienen qué darles a sus hijos y las mujeres que pasan de 30 años, y que por tanto ya no son tan interesantes, a lo peor se mueren, dejando su puesto de trabajo o su pensión para disfrute de otros. Dicho así, suena fatal, ¿verdad? Y para dulcificarlo ¿cómo lo diría usted?

El método está resultando. Las tasas universitarias cada vez más altas y los variados e inoperantes sistemas de enseñanza de los diferentes gobiernos que, después de arrebatar a padres y educadores la autoridad, pretenden ahora multar a los primeros por las borracheras de sus hijos, unido al morbo que se escarba desde los programas televisivos que acompañan nuestras horas vacías, están consiguiendo que se reduzca el número de estudiantes, y por tanto de personas capaces de tomar las riendas de su vida, sin dejarlas en manos de políticos que, por no perder sus prebendas, recortan y recortan del conocimiento, la salud, la justicia y, dentro de muy poco, de la tan cacareada esperanza de vida, puesto que si se rebajan las pensiones y los ancianos dejan de poder pagar su pescado, frutas y verduras, y empiezan a comer salchichas y tocino, morirán mucho antes, si nos fiamos de lo que nos habían contado hasta ahora, cuando lo que interesaba era el consumo.

Pero eso sí; seguimos siendo el país más «progre» de la UE —¿qué digo?, del mundo—. La prueba nos la acaba de dar nuestro querido y nunca suficientemente imitado Obama. Muy listo él, sabedor de que una de nuestras más brillantes virtudes es la tolerancia, nos ha enviado un nuevo embajador, que llega acompañado de su novio. Y no es que me importe en absoluto la vida sexual de nadie, pero ¿por qué no lo mandó por ejemplo a Francia?, por decir un país. Esto será buenísimo para nuestra política exterior: que sepan que somos los más adelantados en... algo. Casi estoy tentada de ponerme en contacto con la antigua esposa de Putin, para que cambie su retiro en un monasterio por un chalet en Marbella. Porque aquí cabemos todos; hasta las pobres y viejas gordas, desplazadas por jovencitas que pueden ser las hijas del macho alfa que no envejece nunca. Pero claro, no. Si lo que ella busca es que la dejen a solas con su desilusión, aquí sería imposible, porque no pararíamos hasta conseguir hacerle perder su dignidad, llorando su abandono en televisión. Somos acogedores, pobretones e ignorantes, y lo seremos más a poco que se empeñen nuestros políticos y algunos de nuestros prestigiosos editores, por no seguir señalando.

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