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Ponferrada

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Ahora que la indignación es un movimiento global y protestan en Turquía y en Brasil, la nueva economía emergente, como antes se quejaron en Túnez y en Libia, y en Siria, cuando el estallido social todavía no se había convertido en una guerra civil.

Ahora que Obama no puede cerrar Guantánamo y traiciona su ideario sacrificando las libertades individuales para atajar el terrorismo, envenenado por el pánico que provocan los atentados; y esa es la victoria que han obtenido quienes estrellan aviones y ponen bombas en medio de una maratón popular.

Ahora que sabemos que Hacienda comete errores, se enreda con las fincas de la infanta y le devuelve dinero a Bárcenas, ese hombre que tiene cogido por la barba a Mariano Rajoy y que escondía una fortuna de 47 millones de euros en dos cuentas en Suiza.

Ahora que ya no nos quedan héroes ni siquiera en el deporte y los ciclistas se dopan, y los atletas se dopan y Messi se enfrenta a una grave acusación de fraude.

Ahora que apenas sobreviven mineros en León y el tejido industrial desaparece, y Endesa empieza a hacer las maletas, y los empresarios no tienen crédito, y los comercios cierran en cadena.

Ahora que los estudiantes dejan la Universidad porque no reciben becas. Y hay niños que van al colegio sin desayunar.

Ahora que nos abocan a restaurar pallozas y herrerías para vivir de nuestro pasado. O no nos dejan otra alternativa que plantar pimientos, y cultivar cerezas, y pisar uvas, y recoger peras y manzanas reinetas de los árboles del Bierzo.

Ahora que en la patronal, después de una reforma laboral que sólo ha servido para eliminar derechos sociales sin crear empleo, hay voces que proponen reducir los permisos por la muerte de un familiar porque la productividad no es compatible con los periodos de duelo.

Ahora, sí, ahora, abro un periódico y leo que un magnate ruso de 32 años ha invertido tres millones de dólares en una investigación que le permita reimplantar su cerebro en un robot cuando se muera. «La vida eterna a golpe de talonario», pienso.

Y descubro, sin leer a Ionescu, que el mundo es un absurdo.